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Por Pamela Jiles “mi General”, Recordando Al Soldado Michel Nash

Opinión

Por Pamela Jiles: “Mi General”, Recordando al soldado Michel Nash

A las tres de la tarde camino completamente sola hacia la Alameda, cubierta por un vestido rojo y una bandera chilena amarrada a mi cuello. “Somos dos”, le digo al micrero que ofrece llevarme gratis. “Súbanse los dos, entonces”, responde entusiasmado, aunque nadie visible me acompaña. Los pasajeros me (nos) reciben con cantos, vítores y aplausos. También los que comienzan a festejar en la Plaza Italia.

Pamela Jiles vestido Rojo

Cedida por Pamela Jiles

En medio del gentío pronuncio el nombre de alguien que no conocí. Michel Nash. Y lo repito entre los besos y abrazos de la multitud. Michel Nash. Vocero los gritos por los dos. Sigo pensando en él, Michel Nash. Tengo su nombre en los labios cuando un grupo de obreros me encarama en una camioneta. Cuando veo la gigantesca columna que avanza hacia La Moneda.

Cuando camino mezclada entre la muchedumbre. Varios miles de personas en la calle. Michel Selim Nash Sáez, también entre nosotros. Lo imagino en una nave espacial como le habría gustado desde que vio por televisión a los astronautas que pisaron la Luna. A él no le harán un ostentoso funeral en la Escuela Militar.

Tampoco le rendirán honores. Nadie velará el ataúd del conscripto Nash. Pero en esta tarde siento la ilusión que debe haber tenido él cuando viajó a cumplir su servicio militar al Regimiento Granaderos N° 2 de Iquique. Imagino su alegría en el viaje al norte entre cientos de pelados en abril de 1973.

El presidente de turno no dirá una sola palabra por el soldado Nash. Ningún edificio público izará banderas a media asta en su homenaje, pero yo camino y canto con él por la Alameda plagada de personas que celebran. Llevo conmigo su valor en la hora de la muerte.

Sé que debió tener miedo, mucho miedo. Sé que pensó en su madre y en su padre. Sé que creyó que nadie conocería jamás de su heroísmo y aun así dio un paso al frente. Sus palabras resonaron en la nada. El joven conscripto, casi un niño en medio del desierto, se negó a disparar contra unos cuantos civiles armados. El oficial le ordenó que volviera al pelotón de fusileros. El conscripto Nash, en posición firme, dijo que NO a viva voz. El oficial le gritó frenético que apuntara a los presos políticos que tenía al frente. El conscripto Nash, allí en la pampa, eligió no traicionar su juramento de soldado. Uno de sus compañeros lo tomó del brazo para tratar de devolverlo a la fila de fusileros. El conscripto Nash lo miró con sus luminosos ojos claros y le dijo: “Yo no soy un cobarde”.

Michel Nash fue fusilado en Pisagua en septiembre de 1973. Lo mataron sus propios compañeros de armas luego de arrebatarle su única pertenencia: una carta de su madre que guardaba arrugada en el bolsillo. Tenía diecinueve años, Pinochet, el cobarde murió a los 91 años con la vergüenza marcada en la frente y las arcas llena de dinero, 26 millones de dólares que no podrá utilizar.

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El joven Nash, altruista y generoso, cumplió un acto de lealtad con su uniforme en un rincón perdido en la patria. En el extremo opuesto de esta historia, el general Pinochet, un arribista segundón y mediocre, cargado de oropeles y charreteras, traicionaba a la patria al mando de sus subalternos. No sólo mintió al General Schneider y mandó a matar al general Prats. Además se guardó el botín de guerra, ni siquiera lo repartió con sus huestes, y responsabilizó a sus oficiales de todos los crímenes para eludir la justicia. Como la rata más gorda y asquerosa del barco que se hunde, el benemérito de las Fuerzas Armadas abandonó a su suerte incluso a los esbirros que asesinaron en su nombre.

En el extremo opuesto del cadáver putrefacto del dictador, veo de pie al joven soldado que vestía orgulloso su uniforme y amaba al Ejército de Chile. Mientras Pinochet se convertía en el más famoso asesino universal, el conscripto Nash se negó a disparar contra su pueblo. No se sumó a la horda de animales que torturaron niños y mujeres, cuando Pinochet eligió encabezar su bacanal de pungas, sanguinarios y ladrones.

Enfrentando a una encrucijada brutal, el conscripto Nash optó por respetar la democracia y la soberanía popular “hasta dar la vida si fuese necesario”.

El soldado Michel Selim Nash Sáez es el más joven de los uniformados que no estuvieron dispuestos a participar en el Golpe de Estado en septiembre de 1973. Esos héroes que nadie recuerda, cuya silenciosa epopeya los convierte en verdaderos generales del pueblo.

Por eso esta tarde, llevo su nombre en mis labios.

Pamela Jiles

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