Nacional
La Represión Política en Chile: Los tipos de torturas aplicadas durante la dictadura de Pinochet
Aplicada a quienes fueron detenidos después del golpe militar, la tortura buscó tres objetivos fundamentales.
Por una parte, conseguir rápidamente información con el objeto de efectuar otras detenciones y desbaratar presuntas actividades subversivas de los partidos políticos, los partidos de izquierda.
Segundo, quebrar la resistencia del prisionero, anulándolo en su condición de cuadro político e inutilizándolo para el ulterior desarrollo de tareas partidarias o de oposición. Por último, castigar como venganza por la afiliación ideológica o partidaria del detenido.
En estas acciones los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas (FF. AA.), Carabineros e Investigaciones actuaron sin tregua durante los primeros meses siguientes al golpe. Algunos de sus integrantes dieron muestras de haber sido entrenados en la aplicación de la tortura, seguramente en la Escuela de las Américas, USARSA, situada en la zona del canal de Panamá o en otros lugares, o bien con personas de Brasil o Uruguay, países regidos también por entonces por brutales dictaduras militares.
Los métodos de tortura descritos en las primeras reseñas hechas por el COPACHI, Comité de Cooperación para la Paz en Chile (11 de septiembre-fines de octubre de 1973) son los siguientes:
Torturas físicas:
- Aplicación de electricidad en diversas partes del cuerpo, preferentemente en encías, genitales y ano
- Golpes
- Ojos tapados o encapuchamiento
- Quemaduras con ácidos o cigarrillos
- Inmersión en petróleo o agua
- Flagelación indeterminada
- Calabozo insalubre o con insectos
- Obligación de desarrollar o presenciar actividades sexuales
- Revolcones en piedras
- Obligación de presenciar torturas
- Ingestión de excrernentos
- Potro
- Colgamiento por el cuello
- Falta de agua por una semana
- Fractura deliberada en un brazo lesionado
- Lanzamiento al vacío con ojos vendados
- Yatagán en las uñas
- Cortes en las manos
- Desnudamiento al sol
- No identificada (provocó muerte)
Torturas psicológicas
- Amedrentamiento con alusión a familiares
- Simulacro de fusilamiento
- Simulacro de atropello
31 de octubre-31 de diciembre de 1973:
Torturas físicas
- Electricidad
- Golpes
- Ojos tapados o encapuchamiento
- Quemaduras con ácido o cigarrillos (provocó muerte)
- Flagelación indeterminada
- Extirpación de testículos (condujo a muerte)
- Hundimiento de cráneo, con pérdida de masa encefálica (condujo a muerte)
- Obligación de presenciar flagelaciones
- Baños de agua fría (provocó muerte)
- Disparos de fusil junto a oídos
- Asfixia (provocó muerte)
- Extracción de uñas
- Fractura de brazo
Torturas psicológicas
- Amedrentamiento con alusión a familiares.
- Fotografía en posiciones obscenas.
- Simulacro de violación a mujeres.
- Simulacro de fusilamiento
Período aproximado, 1 de enero-1 1 de marzo de 1974: Torturas físicas:
Torturas físicas
- Electricidad
- Golpes
- Ojos tapados o encapuchamiento
- Quemaduras con ácido o cigarrillos
- Torturas indeterminadas
- Potro
- Colgamiento
- Presenciar torturas
- Pinchazos
- Arrastramiento por el suelo
- Amarrado desnudo a una silla por dos días
- Pihuelo (Pau de Arara, colgamiento de pies y manos)
Torturas psicológicas:
- Simulacro de fusilamiento
Algunas consecuencias detectadas:
- Insomnios, dolores de cabeza y vista, fallos reiterados de memoria.
- Síntomas repetidos de aborto.
- Fractura de costilla, lesiones internas, fractura de extremidades.
- Traumatismo encefalocraneano, costillas hundidas y pelvis quebrada.
- Edema pulmonar, hematomas en tórax.
- Hombro desgarrado.
- Manos quemadas.
- Mandíbulas destrozadas.
- Piernas con heridas perforantes.
- Lesiones graves en extremidad.
- Serios problemas emocionales.
Referencias a algunos casos denunciados en el COPACHI de personas muertas a consecuencia de las torturas con lesiones detectadas:
- Golpes, muerto por asfixia-Recinto de Investigaciones.
- Golpes, electricidad -Muerte atribuida a la Ley de Fuga.
- Golpes, electricidad, extirpación de testículos – Encontrado en Instituto Médico Legal..
- Cráneo hundido, extracción de uñas, brazo fracturado -Encontrado en Instituto Médico Legal.
- Ausencia de masa encefálica, cráneo destrozado – Encontrado en Instituto Médico Legal.
- Golpes, quemaduras en genitales -Encontrado en Instituto Médico Legal.
- Golpes en todo el cuerpo -Encontrado en Río Mapocho.
- Piernas fracturadas, quemaduras en genitales -Tejas Verdes.
- Golpes repetidos hasta causar la muerte -Petorca.
- Golpes, inmersión en agua fría -Estadio Chile.
Visita de la Comisión de la OEA (julio de 1974)
Anexo Capuchinos– «Había 167 detenidos: 95 de ellos eran miembros de las Fuerzas Armadas. De los 95, 30 eran oficiales de varios rangos» (…) «Se transcriben algunas de las notas tomadas…».
– Detenido en octubre de 1973; estuvo preso en cuarteles unos diez meses (durante cinco de ellos permaneció en un pequeño recinto donde no había siquiera lugar para dormir en el suelo).
– Fue detenido hacia fines de octubre de 1973 bajo sospecha de tomar parte en reuniones políticas… Dice que fue golpeado fuertemente durante los interrogatorios, que sufrió la parálisis completa del lado izquierdo, cuyo uso ha recobrado, pero todavía padece secuelas muy molestas; en especial no puede leer más de una hora. Se le obligó a permanecer en pie durante dos días enteros.
– Fue detenido a comienzos de marzo de 1974, imputándosele haber participado en reuniones políticas. Durante los diez primeros días de detención fue torturado repetidamente con descargas eléctricas en todo el cuerpo. Los cinco primeros días estuvo permanentemente con los ojos tapados y encapuchado.
– Condenado a tres años de prisión por supuestas conversaciones con otras dos personas en una célula comunista. Durante los interrogatorios fue golpeado y se le tuvo con los ojos tapados largo tiempo.
– Detenido en noviembre de 1973. Fue torturado con aplicación de corriente, golpes con palos, hierros, palmasos. Estuvo cinco mese incomunicado, en un nicho muy pequeño.
– «Fui detenido en septiembre de 1973 y llevado a la Academia de Guerra Aérea. Allí permanecí dos días en pie. Encapuchado, fui interrogado y torturado. Se me aplicó corriente eléctrica en genitales, boca, oídos, recibí golpes, fui amarrado en una especie de parrilla. Tengo marcas de las torturas. Estuve incomunicado cuarenta y cinco días con un centinela de guardia con armamento automático. A uno de los centinelas se le escapó un tiro y mató a uno de los detenidos.»
– Ha sido flagelado, muestra marcas, tiene tres costillas rotas a consecuencia de los golpes y torturas. Torturas también en manos, pies, boca y dentadura. Dice que fue torturado en Tejas Verdes y en otro lugar que no reconoció, en el que estuvo vendado durante nueve días y fue nuevamente torturado con corriente eléctrica en los oídos, pies y manos. Estuvo dos meses a pan y agua, fue torturado en nueve partes diferentes. Una de ellas fue en el barco «Lebu», en Valparaíso; en una ocasión se le aplicó un líquido negro por la nariz.
Expresaron que las torturas habían sido sistemáticas, el uso de capuchón por largos períodos y siempre durante el interrogatorio; los golpes, puntapiés y culatazos; el verse obligado a permanecer en pie días enteros; largos períodos sin nada de beber hasta cuarenta y ocho horas, descargas eléctricas, amenazas de torturas a esposas y niños en presencia del prisionero, permanecer colgados de las manos atadas.
– «Yo llegué el día 1 de febrero al Regimiento Tacna, y el 8 fui trasladado a la Academia de Guerra Aérea. Allí permanecí hasta el 3 de abril, en que me devolvieron al Tacna. Es decir, prácticamente durante dos meses, tres días menos, estuve absolutamente incomunicado, la mayor parte del tiempo con la vista tapada. Yo fui torturado más o menos de la siguiente manera: se me desnudó totalmente, me pusieron una tela plástica, una en cada rodilla, otra en cada muñeca y otra en cada codo; en seguida se me hizo ponerme de cuclillas. Perdóneme que lo explique prácticamente, pero lo van a entender mucho mejor, o sea, sentado en este sentido, poner las manos aquí, amarradas, y en seguida por aquí me metieron un palo; entonces lo levantan a uno y lo cuelgan en dos especies de caballetes o banquetas, de tal modo uno respira un poco, con la pura respiración, tiende a moverse, porque se produce un desequilibrio, tiende el cuerpo a balancearse; cuando se produce esto, a raíz que uno está resistiendo todo el peso del cuerpo sobre las muñecas (y a eso van las telas plastificadas). Este dedo me quedó durante unos veinte días después de las torturas absolutamente inmovilizado, y hasta el día de hoy he perdido totalmente la sensibilidad de toda esta parte; no siento nada, absolutamente nada, me quedó absolutamente insensible; pero todo esto va acompañado de la conexión del magneto en el pene, en la cabeza del pene. Todavía lo tengo lastimado… Entonces todo esto mientras estaba colgado, y naturalmente las descargas eléctricas. Yo debo decirle que reconozco perfectamente, no obstante que estaba con la vista tapada, reconozco perfectamente por la voz al coronel de la Fuerza Aérea, quien me vendó es el teniente García Huidobro, y uno de los otros dos interrogadores es un comandante de apellido Barahona. Yo le puedo decir, y, responsablemente, que en todo caso las torturas que a mí me hicieron son bastante menores que las que se le hicieron a otras personas.»
– «Cuando yo fui detenido, se me llevó a Investigaciones, y quiero denunciar en esta oportunidad el sistema que se utilizaba para interrogar a los detenidos, que rotando deben haber sido aproximadamente entre unos 100 y 120 personas las que estaban permanentemente detenidas en los calabozos de Investigaciones. Se me sacó del calabozo vendado y maniatado a la espalda. Este local tiene desde los calabozos tres o cuatro peldaños que hay que bajar y después otros cuatro o cinco que hay que subir para llevarlo al segundo piso, que es el local para el interrogatorio. Empezaba el quebrantamiento del detenido, dándole al bajar los escalones cegado y maniatado una palmada en la cara a la altura del oído, de manera que uno perdía el equilibrio y rodaba por las escaleras. De esta forma lo conducían al segundo piso y allí empezaba entonces un tratamiento a golpes en el estómago, frente a cualquier pregunta, No interesa la respuesta porque cualquiera que fuera ésta, inmediatamente venía el golpe al estómago, y esto se repetía hasta que uno caía varias veces al suelo, y en seguida era conducido a otra sala y se le obligaba a desnudarse y pretextando la lentitud de los movimientos del detenido, su ropa era arrancada a tirones. Una vez desnudo se procedía entonces a continuar con el tratamiento a golpes. Cada individuo que pasaba era golpeado con los tacones en los pies (pisado fuertemente). Allí, estando desnudo, se procedía a la aplicación de corriente, y en mi caso personal no puedo decir otra cosa que, en términos brutales, se me aplicó corriente en el pene, en los testículos, en el ano, en la boca, en la nariz y en las sienes simultáneamente… Se le impide beber al detenido, de manera que durante los cinco días que duró este interrogatorio bajo este mismo sistema varías veces al día yo perdí la noción y no puedo precisar si me interrogaban unas dos, tres o cuatro veces al día, porque no me daba cuenta ya si era de día o de noche, porque además cuando volvía a la celda ya se había repartido la comida.
«En consecuencia, yo no comía ni bebía agua, caía en estado de inconsciencia y, naturalmente, no veía otra salida realmente más que la muerte.»
En el período enero-junio 1974 pueden distinguirse dos etapas claramente. En el primer trimestre se sigue deteniendo en forma masiva e indiscriminada, siendo miembros regulares de las Fuerzas Armadas quienes efectúan las detenciones. En el segundo trimestre se inicia la participación de los aparatos de seguridad. Las detenciones se hacen selectivas a dirigentes políticos y sindicales, dirigiéndose a desarmar tanto las organizaciones de trabajadores como los partidos políticos que inician la resistencia,
En el segundo semestre de 1974, las detenciones aumentan en el mes de agosto, reactivándose las detenciones masivas, con el propósito presumible de asegurar la tranquilidad ante la cercanía del primer aniversario del Gobierno Militar.
En el primer semestre de 1975, el total de detenidos debe llegar por lo menos a 800 personas.
Desde que termina la fase de arrestos masivos e indiscriminados, las detenciones de personas son practicadas, de preferencia y separadamente, por miembros de la DINA y el SIFA.
Las detenciones están dirigidas en contra de sospechosos de pertenecer a alguno de los partidos políticos declarados fuera de la ley, incluidas también las personas que, se supone, ocultan a algunos de sus militantes, que tienen información sobre sus actividades o simplemente poseen relaciones familiares, de amistad o son simples conocidos de los buscados.
El SIFA secuestra selectivamente a militantes de los partidos de izquierda, especialmente del MIR. Sus prácticas de tortura y de interrogatorio se describen más adelante.
Debido a la actuación de este servicio se plantean desacuerdos entre la DINA v el SIFA. «En julio de 1974, el SIFA propone al MIR, a través de intermediarios, la realización de conversaciones de paz. Concretamente le propone dejar en libertad a los detenidos del MIR con la condición de que abandonen el país, a cambio de la entrega de las armas que el MIR posee y de la seguridad de que éste no realice actividades contrarias al Gobierno Militar durante tres años. Ante el fracaso de las conversaciones, la DINA propone al Gobierno hacerse cargo en forma exclusiva del MIR.
«Ante el rechazo del MIR a las condiciones propuestas por el SIFA, éste se lanza a una persecución sin cuartel contra dicha organización. Entre septiembre y diciembre de 1974 la prensa da cuenta mensualmente de por lo menos dos o tres enfrentamientos callejeros entre los servicios de Inteligencia y el MIR o de detenciones de dirigentes. De esta forma el SIFA logra detener o dar muerte a dirigentes del MIR, cosa que no hace la DINA, la que detiene, en general, sólo a militantes de menos relevancia o con menor información. »
Testimonio de estancia en Tejas Verdes (Extracto)
«Hasta ese momento no podía precisar dónde estaba. Sólo percibía delante esos tablones grandes. Luego nos llamaron y separaron por grupos, asignado a cada grupo una cabaña o mediagua de unos cuatro por tres metros. Yo quedé en uno integrado por ocho personas. A las dos horas de estar en la cabaña, cuando oscurecía, pasaron unos militares dándonos una manta por cada detenido. Uno de los militares sugirió que nos entregaran más mantas, porque hacía mucho frío, y el otro contestó: «Deja que se mueran estos conchas de su madre.» Se fueron. Permanecimos en silencio un buen rato. De pronto se abrió la puerta y un guardia nos nombró ordenándonos salir de la cabaña. Acto seguido nos hicieron formar en fila india, tocando con la mano el hombro del que nos antecedía. Tiritábamos de frío. Comenzaron las burlas y bromas a costa nuestra. Aprovechándose de que no veíamos, nos hacían saltar, correr o reptar por el suelo con distintos pretextos, a saber: que había un hoyo, que el campo estaba minado o que había una alambrada electrificada. Terminada esta «fase» nos hicieron subir a un camión y sobre la venda que nos cubría la vista nos pusieron una capucha amarrada al cuello. En el vehículo dimos vuelta por el mismo lugar hasta que en cierto momento seguimos por otro camino. Después de largo rato -una hora más o menos- el camión se detuvo y quienes nos custodiaban nos hicieron bajar. De espaldas al vehículo comenzaron a golpearme (con puñetazos, puntapiés, etc.), a la vez que decían: «Tú eres dirigente sindical, ahora vamos a ver; ya, camina para adentro.» No dejaba de llamarme la atención el odio visceral, inconcebible, de nuestros guardianes, lo que se notaba en cada detalle. En el pasillo, por ejemplo, nos indicaban seguir en cierta dirección, y al cumplir la orden nos estrellábamos contra el muro de cemento. En el trayecto por este lugar había una parte con agua en el suelo, agua que caía en goterones desde arriba, dándole un siniestro sesgo a los hechos, porque daba la impresión de estar en algo así como un túnel o caverna. Posteriormente llegamos a un lugar más amplio, a juzgar por el eco que se producía con cualquier ruido. En este punto agredieron a otro compañero con violencia inusitada. Otro tanto hicieron conmigo. Caí al suelo y allí me daban puntapiés. Los guardianes sólo vociferaban, sin preguntar. Cuando ordenaron que me levantara, apenas pude hacerlo, pues aparte de tener la vista tapada tenía las manos amarradas a la espalda. Me acercaron al lugar de donde provenía la voz y ordenaron que me desvistiera, desatando al efecto mis manos. Entonces preguntaron: «¿Tú has andado a caballo alguna vez? Porque ahora vas a tener oportunidad de hacerlo.» Ya desnudo, uno dijo: «Ahora te vamos a poner en el potro, ya que no quieres hablar. Aquí hablan hasta los mudos.» Me hicieron tender sobre una especie de tronco con las piernas abiertas y los brazos torcidos hacia atrás, quedando atado por esas extremidades a las patas del implemento, en forma tal que apenas podía mover la cabeza. Tal era el llamado «potro», un caballete al cual quedaba atado en la forma descrita. Estando así me colocaron corriente en diferentes partes del cuerpo, incluso en el pene. En seguida me dijeron que explicara todo lo que supiera «sobre las armas de la industria, de dónde las sacábamos, dónde estaban», etc. Respondí que de armas no tenía la menor idea. Entonces me aplicaron corriente por un largo rato. No perdí el conocimiento, pero quedé muy mal. Hasta recibí electricidad en la boca, cerca de la garganta. Creí que iba a morir. Luego amenazaron con aplicarme electricidad cerca del corazón hasta dejarme sin vida. Insistían una y otra vez en las armas. En cierto momento trajeron a… El dijo: «Compadre, discúlpeme; tuve que decir lo que habíamos hecho, pero lo hice porque ya no resistí más y estoy medio muerto « » Saqué fuerzas de flaqueza y le respondí: «Entonces, pues dile que yo no he tenido nada que ver con esto, tú sabes.» Uno de los agentes me hizo callar e insultó y me propinó un golpe en la boca, al parecer con un laque de goma. Se llevaron a…. reanudándose el tormento y la misma historia; las armas, los dirigentes sindicales, etc. Como yo gritaba de dolor y decía: «Dios mío, Dios mío», el interrogador dijo: «Cállate, marxista, tal por cual, porque tú no crees en Dios, nosotros sí creemos.» Y añadió: «Ya me aburrió esta huevada; quémenle una pata.» Uno de los guardias cumplió eficazmente la orden aplicándome electricidad en el empeine del pie derecho. El interrogador seguía amenazándome y diciéndome que debía hablar o de lo contrarío me torturaría hasta la muerte, y de paso observaba: «Aunque matarte sería darte un premio; por eso te vamos a matar, pero de a poquito.» Con desesperación repliqué: «Pero ¿qué quiere que le diga?; dígame, ¿qué quiere que te conteste? Usted me preguntó si yo era dirigente sindical, le contesté que sí, también le dije que era comunista. Ahora, ¿qué quiere que le diga?» Mis protestas fueron rechazadas; querían encontrar armas; una y otra vez insistían sobre las inexistentes armas, quizá para hallar una justificación a toda su crueldad. La tortura con aplicación de electricidad y golpes -una de cuyas variantes consistía en darme con una cachiporra de goma en los testículos- se prolongó durante horas. Una y otra vez manifesté a gritos que nada sabía de armas y jamás había tomado una. De improviso el interrogador ordenó: «Desátenlo, lo vamos a fusilar.» Sin las cuerdas, caí al suelo, sin poder levantarme. Era un trapo, no podía sostenerme. Los guardias, siguiendo su natural «inclinación», la emprendieron a puntapiés conmigo. Como pude, al cabo de un rato, me fui vistiendo en el suelo, húmedo de sangre que no era sólo mía. Un zapato me cupo sin cordones, pero el otro, el del pie derecho, no entraba en forma alguna, a causa de la hinchazón creciente provocada por la quemadura. Semivestido, fui tomado por dos guardias y conducido a un cuarto donde había papeles o cartones sobre el suelo. Allí me tiraron. Al ser tomado, uno de los agentes me dijo algo así: «Ya, pues, cabrito, ¿Por qué no hablas? El pobre…, está jodido; perdió un brazo y a lo mejor va a perder el otro.» Y agregó: «Oye, ¿tú fuiste a Cuba?» A lo que nuevamente contesté negativamente, ajustándome a la verdad. Esta pregunta la hizo tres o cuatro veces. Tenía mucha sed. Noté que pasaban ratas sobre mi cuerpo. Me quejaba continuamente. Pedí agua y un guardia la negó aduciendo que podía hacerme mal por la electricidad recibida. Estuve allí un largo rato. Creo que al amanecer del tercer día -18 de enero de 1974- me sacaron de esa pieza entre dos guardias. Al cruzar la puerta fui golpeado otra vez, pese a mi estado. No sé si observé o más bien pensé en el odio que revelaba su actuación. ¿Por qué tanto odio? Continuó la paliza mientras me decían que la merecía por ser dirigente sindical, por ser comunista. Llevado al camión donde estaba ya …, volvieron a agredirme hasta antes de hacerme subir. Uno de los agresores decía: «Esto es para que te acuerdes de mí.» Ya en el vehículo nos trasladaron a la cabaña.
»Allí no podía sentarme, ni acostarme, ni estar en pie, ni descansar en forma alguna, pues en todo el cuerpo sentía un dolor intenso, particularmente en la columna vertebral y en toda la espalda, en el pie que tenía quemado y en los testículos. Cuando me lanzaron en la pieza los guardias advirtieron a los demás detenidos: «Lo que le pasó a éste por no hablar; cuando los lleven a ustedes, no sean tontos y digan lo que les pregunten.» No sé cuántas horas pasaron. Recuerdo haber escuchado en algún instante voces de mujer. Una decía: «Se pasaron, mira cómo lo dejaron» y oí un sollozo. La misma u otra preguntó qué había pasado. «Aquí me sacaron para un interrogatorio», contesté apenas sin poder moverme del suelo. «¿Y en el pie qué te pasó?», volvió a preguntar la joven. «Me quemaron -le dije-, con corriente.» En seguida preguntaron «qué tenía, qué me dolía… ». Les respondí «que todo el cuerpo, que no podía estar en pie ni moverme». La que se dirigía a mí me dio una pastilla, dipirona o algo así, para el dolor. Me aconsejaron que me tratara de poner en la forma que mejor pudiera e intentara dormir y se fueron. Más tarde habría de verlas nuevamente, y supe que eran enfermeras militares. Gran parte del día y de la noche siguiente estuve allí, sin apenas moverme, hasta que me volvieron a llamar para un nuevo interrogatorio. Fui conducido al mismo recinto donde antes había sido torturado. Para variar, me golpearon a la bajada del camión. Ya en el «local» debí tomar asiento y un guardia explicó: «Estate tranquilo, no te vamos a golpear-, recuerda todo lo que tú ibas a hacer el 18 de septiembre.» Luego agregó: «¿Por qué tú te acuerdas de lo que ibas a hacer ese día?- Extrañado contesté: «Bueno, ese día yo iba a ir a la plaza de Armas al tedéum, para ir luego a la casa de mi suegra, cuyo cumpleaños es ese día.» El guardia objetó: «Oye, ésa no es la cuestión; así que recuerda bien y yo más ratito voy a venir.» Allí quede solo con el «enigma». Me puse a recordar: por esos días íbamos a inaugurar el casino para todos los trabajadores, y realizaríamos diversos actos vinculados con esa inauguración. Esperé entonces tranquilo. Al cabo de un rato me llamaron. El que hacía de jefe dijo: «Bueno, ya, qué íbamos a hacer el 18.» Le informé precisamente de todo lo que había recordado. Inmediatamente el sujeto gritó: «Eso no es, concha de tu madre», y me dio un puntapié en el estómago, lanzándome al suelo, donde continuó la agresión, junto a los otros guardias. Yo estaba con las manos amarradas. Sarcásticamente decían: «Este nos va a salir con que quiere ir al cumpleaños de la abuelita.» El jefe intervino para ordenar: «Vamos al potro otra vez; éste no quiere hablar; es tonto, le gusta que le peguen.» Volvieron a repetirse las escenas las situaciones ya descritas, ahora con otras preguntas. Querían los nombres de todos los compañeros que iban a participar en el llamado «Plan Z», «cuáles eran los jefes de los grupos paramilitares y cuál era mi papel», a la vez que manifestaban saber que yo era el jefe de uno de esos grupos; que había sostenido reuniones con Luis Corvalán, Carlos Altamírano, los Palestro, etc. «Ustedes -añadieron- se reunían en la industria. Palestro iba a repartir las armas y después iban a ir al Parque a dispararles a los militares cuando pasaran en la parada militar.» Ante el cúmulo de disparates no pude menos de manifestar mi sorpresa, diciéndoles que no comprendía de dónde podían haber sacado tan burda información y que yo sólo era un obrero y no conocía personalmente a Corvalán, ni a Altamirano, ni a los otros. Advierto aquí que mis explicaciones y respuestas eran rechazadas. Así si yo decía no conocer a los Palestro, el interrogador ordenaba a quien tomaba nota: «Ya, dalo por reconocido», y formulaban otra pregunta. Me formé la impresión de que la tortura era una especie de pasatiempo para esta gente. Evidentemente, nada conseguían o nada podían conseguir fuera de «confesiones» absurdas y el mismo interrogatorio carecía de toda lógica o sentido, como no fuera el siniestro sentido de la represión. Ya extenuado, me sacaron del potro y volví a caer. A puntapiés me hicieron levantarme, aduciendo «que estaba mejor que el día anterior». Llevado a un cuartucho, me aprisionaron la cabeza en un cajón -como estaba, con los ojos vendados y la capucha puesta- y después de un rato me sacaron y llevaron a otro cuarto, donde había otros detenidos. Me sentía muy mal y pensaba en la muerte como en un alivio. Pasó por mi mente la idea del suicidio. No pude ver a los detenidos que allí había. Rato después se abrió la puerta y me tomaron de la capucha diciendo: «A ver. tú, ven p’acá, concha de tu madre; aquí vas a tener que hablar unas cositas que se te olvidaron.- Y otro sujeto, a quien no veía, al parecer de grado superior, probablemente oficial, señaló: «Aquí tienes otras acusaciones más, pues hombre, porque el … dijo que tú ibas a entrenamiento de armas y defensa personal.» Respondí: «Mire, señor, quiero pedirle que no me cargue ninguna cosa más sobre mis espaldas, por favor.» El oficial dijo: «Llévenselo ya.» Volví a las cabañas en pleno día 19, si mi recuerdo es exacto.
»El 20 o el 21 de enero de 1974 fui de nuevo torturado, esta vez en la «cama elástica»: amarrado a ella de brazos y piernas, comenzaron a estirarme. Mientras padecía este tormento, escuché llantos y quejidos de mujeres, incluida una de edad, a quien hicieron llegar hasta donde estaba yo, en esa sala de tortura, de noche. A la anciana le explicaron que yo «estaba listo para la foto», que me iban a matar porque no había querido hablar, y le aconsejaron que dijera todo cuanto sabía. «Estirado» y golpeado, me soltaron de pronto el brazo derecho y sentí que me ponían una inyección; casi inmediatamente comencé a sentir sueño y al mismo tiempo escuché que uno de los guardianes me preguntaba el nombre. Le contesté y perdí la noción de las cosas. No sé cuánto tiempo pasó hasta que empecé a recobrar la conciencia. En sueños escuchaba una voz que hablaba de armas e insistía en esto (¡qué armas!, ¡cuántas!) una y otra vez. Seminconsciente, yo manifestaba no saber, pero ellos buscaban otra «fórmula»: «¿Así que te llevaste las armas donde tu cuñado?» Probablemente yo lo había nombrado mientras estaba completamente inconsciente y por eso lanzaban o anticipaban tal «conclusión». Ya algo más repuesto, expliqué quién era mí cuñado y cómo gracias a él mi familia pudo subsistir cuando no teníamos qué comer. «¿Y tu mujer? -amenazaron-, porque la vamos a traer también, ¿qué papel desempeñaba en el Partido?» Enérgicamente, pese a mi estado, les respondí que a esa mujer no la tocaran porque para mí era sagrada y precisé que en mí casa sólo yo había tenido participación política. Después me sacaron de la cama elástica, conduciéndome de vuelta a la cabaña con los otros detenidos.
»En los días siguientes permanecí en las cabañas, donde estuve sin ser torturado hasta cumplirse, más o menos, el décimo día de mi detención. Siempre estábamos con los ojos vendados. Una vez al día comíamos; el plato, de aluminio, nos lo dejaban en el suelo, indicándonos dónde quedaba, pues no nos quitaban la venda. También una vez al día nos trasladaban al servicio, y aun en esa única ocasión nos apremiaban: «Tres tiempos para ir y volver, ya, uno, dos, tres, p’adentro.» Así empezaban a veces antes de que uno saliera de la cabaña y nos hacían regresar a ésta sin que hubiéramos alcanzado, a llegar a los servicios. El décimo día de detención, que fue bastante caluroso, se hizo presente en el recinto un oficial de uniforme alto, obeso, con lentes, de tez clara, más o menos rubio, acompañado por otro oficial que llevaba una carpeta. Pude verlos porque ordenaron que nos quitaran la venda que nos cubría los ojos.
»En este punto cabe precisar algunas cuestiones: la inyección que me aplicaron fue de pentotal, según lo comentaron otros detenidos que habían sido sometidos a similar tratamiento. Ya en esta época y el mismo día que nos sacaron al aire libre supimos y nos dimos cuenta que estábamos en Tejas Verdes.
»Comenzó entonces nuestra vida rutinaria de «prisioneros de guerra»; era, según el comandante del campo, nuestra situación. En la primera formación, estando sin venda, esta «autoridad» nos manifestó que quien pretendiera huir sería ametrallado sin contemplaciones. En el mismo acto hizo una llamada a la delación: «El que sepa algo, que lo diga, nosotros guardaremos su nombre; será por el bien de ustedes mismos.- El régimen y las condiciones vigentes eran más o menos éstas: nos hacían levantar a las seis de la mañana y luego correr por el patio, Mi estado físico me impidió por algunos días hacer los ejercicios exigidos y tomar parte en los trabajos forzados, entre los cuales era habitual el de trasladar una y varias veces a cierta distancia, por ejemplo, 20 ó 30 metros, las moles, vigas y estructuras de hierro que los ingenieros militares usan para armar puentes. En ese tiempo fui designado «enfermero,, de mi cabaña con la función, igual para las demás cabañas, de llevar y servir el almuerzo a los torturados que solían llegar en condiciones indescriptibles. Las enfermeras del Ejército pasaban someramente día por medio y me entregaban algunas tabletas, generalmente para calmar los dolores de la tortura. El régimen de comidas era malísimo: un té de la peor calidad y un pan por la mañana y un cucharón de comida y un pan al almuerzo. Así y todo, los detenidos se atropellaban a veces para obtener su ración, pues era frecuente que no alcanzara para todos. Sabiendo esto, nuestros guardianes tiraban la comida que les sobraba a ellos -muy superior desde luego en calidad- delante de nosotros. El modo de vida era «militar», con ejercicios, marchas, gimnasia, a cargo de un oficial que normalmente era rotado o cambiado cada cuatro días; se trataba de oficiales muy jóvenes, probablemente recién ingresados. Un día por la tarde, uno de estos oficiales me preguntó por el estado de mi pie; le contestó que estaba bien, pensando quizá que la pregunta iba de buena fe o que una respuesta en otro sentido podía perjudicar mí salida en libertad. Ese mismo día cuando nos encerraron en las cabañas, más o menos a las 20,00 horas, fui llamado y conducido solo, con los ojos vendados y capucha, a la casa de torturas. Al llegar me hicieron bajar en las condiciones más de una vez descritas: a golpes. Me trasladaron a una pieza, y un militar y uno de los guardias ordenó que me pusiera en cuclillas. Al hacer esto escuché que otro comentaba: «Oye, parece que está bien del pie.» Estuve en rato así y luego fui amarrado a una silla. En seguida empezaron a darme latigazos, en las piernas, en la cara, donde cayera, sin preguntar nada. Uno de los que me golpeaba acotó: «Bien, ya está bueno; ahora nos tenéis que decir dónde están las armas.» Otra vez volvían a su tema predilecto e inútil, y otra vez reiteré mi ignorancia.
»Los días siguientes transcurrieron sin mayores incidentes, Una noche, no puedo precisar cuál, pero creo que en febrero, llegó un detenido que había sido sacado al «Cantagallo», denominación dada por los torturadores al recinto donde éramos apremiados física y psicológicamente. Se trataba de un muchacho que regresó muy mal herido de la tortura, con restos de excremento en la boca. Una y otra vez, en su agonía, nombraba a su madre. Parece que este joven trabajaba en electricidad o electrónica, como técnico en radio o algo así. A eso de las tres de la mañana, cuando dormíamos, nos despertó otro joven diciendo: «Oye, este cabrito está muerto», y al instante salió a la puerta con un pañuelo blanco para que no le disparasen y llamó a los guardias. Estos llegaron inmediatamente y preguntaron qué pasaba. El joven que nos había despertado les avisó que había un muerto. Los guardias conforme a su criterio habitual le dijeron que «estaba tonto» y «no podía decir eso y en el acto tomaron una manta y sacaron al muchacho, que yacía inerte. Al día siguiente de ocurrido este hecho debimos permanecer dentro de las cabañas sin poder salir al patio.
En la noche siguiente, cuando todos dormían, como a la una de la mañana, personal militar nos ordenó salir de la cabaña. En el patio fuimos separados, quedando a varios metros de distancia uno del otro. Después nos reunieron dejándonos sentados junto al fogón donde se calentaba la comida, con advertencia de que ya nos iban a llamar. Allí estuvimos por varias horas. Luego, antes de que amaneciera, nos llevaron a una tienda donde había un oficial superior o de mayor graduación, moreno, con bigotes, de regular estatura, más bien gordo. Allí nos interrogaron separadamente, Cuando me tocó el turno, el oficial me preguntó qué sabía yo de lo sucedido. Me limité a contarle precisamente lo que sabía, teniendo cuidado de no «ponerle demasiado color». Luego me preguntó cómo me habían tratado. En vista de las circunstancias le dije que «bien» y expresé mi gratitud hacia las enfermeras que me habían ayudado a sanar del pie y de mis dolencias, todo esto tratando de desviar el tema. Momentos antes del amanecer nos trasladaron a la cabaña.
«En marzo comenzaron a irse los detenidos. Quedábamos los cinco de nuestra cabaña… y en otra quedaban cuatro más…«
«Continuamos en Tejas Verdes durante un tiempo más después del último interrogatorio. Nos inquietaba ver cómo todos los detenidos se iban: en todo caso ignorábamos dónde eran conducidos. El comandante del campo, el nombrado Carriel (?) -tipo «bonachón», corpulento, trato afable con quienes quería, tez clara, semirubio, de regular estatura-, nos llamó un día por la mañana y dijo que debíamos firmar una orden de libertad, que no era otra cosa que un formulario impreso a mimeófrago. Cuando nos llamaron firmamos el documento y tuvimos que esperar, con todas nuestras pertenencias, cerca de un mesón que había en el patio del campo de concentración. Algo después llegó un camión y el comandante se despidió: «Bueno, niños, lo único que les deseo es que donde van, estén mejor que aquí; no les puedo decir más.» Dos militares con metralletas nos hicieron subir al camión, mientras otro, también armado, subía adelante. Iniciábamos así otro «viaje» con destino desconocido. Al cabo de media hora más o menos, el vehículo se detuvo y nos hicieron bajar, formándose los guardias en torno nuestro para impedir que cualquier persona se nos acercara: estábamos en San Antonio, en la puerta de la cárcel.»
Algunos testimonios de secuestro, interrogatorio y tortura en la Academia de Guerra Aérea, AGA, de la Fuerza Aérea
Roberto Moreno Burgos, treinta y ocho años, Economista, casado, dos hijos. Detenido el 27 de marzo de 1974
»Todos fuimos conducidos posteriormente, atados y encapuchados, a los subterráneos de la Academia de Guerra Aérea». Fui llevado a las oficinas de los altos oficiales del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea y sometido a interrogatorios y torturas durante el resto de la noche. Mientras permanecí en dichas oficinas, las torturas consistían en aplicación de golpes en diferentes partes del cuerpo, preferentemente en los testículos, opresión manual de los mismos, perforación de la piel del pecho por medio de un punzón, torsión de las extremidades hasta el límite de la fractura y amenazas de diversos otros daños físicos. Fui trasladado a otra dependencia, obligado a desnudarme para ser colgado por las piernas, boca abajo aplicándome corriente eléctrica en los pies, testículos, pene, tetillas, axilas y rostro. Se me mantuvo cegado durante todo el tiempo y los interrogatorios se prolongaron durante varias semanas, aunque sólo a golpes y amenazas. A éstos, se agregaron distintas formas de opresión, combinadas con intentos de inducirme a traicionar, corromper o sobornarme mediante ofrecimiento de liberarme en el país que quisiera junto a mi compañera y mis hijos.
«Las condiciones generales en que debí permanecer detenido son las mismas que sufrieron los procesados de la Causa Rol 84-74: Práctica incomunicación durante diez meses (prohibición de hablar o comunicarse con nadie); visitas familiares esporádicas y vinculadas en su realización a prácticas destinadas a quebrantar la moral de unos y otros; encierro casi permanente durante todo ese tiempo en una pieza de reducidas dimensiones; prohibición de leer diarios o libros; obligación de permanecer cegados día y noche durante los cinco primeros meses de detención, etc.»
Sergio Santos Señoret, treinta y dos años, estudiante de Contabilidad:
»El sábado 1 de junio de 1974, cuando acompañaba a una amiga en su vehículo a reunirse con otra persona por la calle Cuevas, fuimos embestidos repentinamente por un automóvil marca «MG» azul, en cuyo interior iban cuatro personas. Dentro de nuestra sorpresa, yo, que en ese momento iba al volante, puse marcha atrás para poder ver cuál había sido el daño que habían ocasionado al auto. En ese momento el chófer del «MG», sin mediar palabra, y ante nuestro asombro, comenzó a disparar. Frente a este hecho opté por arrancar. Fui perseguido cerca de diez cuadras bajo continuos disparos que nos hacían desde tres vehículos: camioneta C-10, «MG» y «Fiat» color crema. Finalmente, fuimos colisionados y lanzados contra una casa, donde se formó un gran revuelo. Esto fue en Tocornal con Marín. En el transcurso de la persecución fui alcanzado por una bala en la espalda, a la altura del hombro.
»nmediatamente después del choque se abalanzaron por ambos del auto hombres de civil que portaban armas cortas. Sin mediar preguntas, fuimos sacados violentamente del auto. Se me quitó la corbata, con la que me vendaron y esposaron manos atrás. Al ver que yo estaba chorreando sangre, hablaron entre ellos de llevarme al hospital. Fui lanzado al suelo mojado de la camioneta. Ahí comenzó un largo trayecto sin saber yo dónde me llevaban.
»Después de esto no supe más qué había sido de mi amiga. Una vez en el hospital se me hizo una curación sin anestesia, bajo fuertes dolores. Se me despojó de toda la ropa, a la búsqueda de cianuro. Fui tratado en forma grosera por parte del médico, quien se dirigía a mí en términos despectivos. Durante todo este tiempo yo permanecía vendado.
»De allí fui trasladado a la Academia de Guerra, AGA, donde se me dejó parado, esposado y vendado. Por la cantidad de escaleras que bajé suponía estar en un subterráneo. Un guardia armado de fusil me cuidaba; cada vez que me movía me metía el fusil por las costillas.
»Después de varias horas fui llevado a interrogatorio. Esto fue entre gritos, puñetazos y patadas en todas partes del cuerpo. Los interrogatorios se volvieron a repetir, pero con otros métodos. Colgado, con aplicación de corriente en testículos, ano y tetillas. Todo esto a gritos y con amenazas de entregarme a la DINA y de detener a mi mujer y a mi hijo de dos años. Amenazas con una pistola en la nuca. Esta era una mujer. En el subterráneo se vivía un Clima de terror, entre gritos y quejidos de dolor, montaje de armas, voces que imploraban que viniera el cardenal, disparos según ellos de fusilamiento. Ante esta situación intenté quitarme la vida cortándome el cuello en el baño. Fui sorprendido y llevado al hospital, pues estaba degollado.
«Esto fue el domingo por la tarde. El lunes por la mañana llegaron al hospital procediendo a quitarme el suero y a golpearme y amenazarme con un cuchillo. Me retorcían las orejas, al parecer con un alicate. Se me amenazó con inyectarme drogas. Se formó un gran alboroto en la habitación, ya que la enfermera gritaba que yo estaba muy débil pues había perdido mucha sangre. Esto no fue problema para mis torturadores, que siguieron golpeándome hasta que llegó al parecer el médico, que dijo que no podía ser sacado. Fui inyectado, lo que me produjo sueño. Por la tarde volvieron y procedieron a sacarme las agujas del suero y me colocaron en una camilla y me bajaron en una ambulancia esposado de pies y manos. Comenzaron a colocarme corriente, Del hospital fui llevado nuevamente al AGA. Allí se me mantuvo en pie por diez días sin comer, ni dormir, ni tomar agua. Se hacían simulacros de fusilamiento. Se me sacaba a interrogatorio por lo menos dos o tres veces al día durante ese período y los días posteriores. Era golpeado y se me presionaba constantemente con detener a mi mujer y a mi hijo.
»En las noches se me levantaba cuando había logrado conciliar el sueño y era interrogado nuevamente bajo golpes y presiones psicológicas. Permanecí incomunicado y con los ojos tapados por espacio de varios meses. Hasta enero ‘ En la pieza no podíamos movernos ni dirigírnos la palabra. Sólo se nos permitía ir al servicio una vez al día y por pocos minutos. Para cambiar de posición cuando estábamos sentados debíamos pedir permiso a los guardias y sólo hacerlo si éstos lo autorizaban, llegando a veces a estar días enteros completamente inmóviles.
»En el mes de octubre la DINA detuvo a mi hermana, su marido, mi suegra, la madre de ésta, de ochenta y dos años, y casi ciega, y una hermana de mi suegra. Mi suegra y mi hermana alcanzaron a estar una semana detenidas en la sección Incomunicados de Tres Alamos. Se les acusó de ser enlaces míos y de Miguel Henríquez y de llevar mensajes desde la Academia. A ellas dos yo no las había vuelto a ver desde mi detención. A mí se me dijo que la DINA había tomado a mi mujer, mi hijo y mi madre, que se encontraba bastante enferma, Se me mantuvo con esta información hasta muchos días después, cuando se me autorizó ver a mi mujer.
»El 1 de febrero fui trasladado a una casa ubicada en Apoquindo, donde estuve hasta el 11 de marzo. Durante ese período se me permitía salir de la habitación cada tres días y por quince minutos, Para ver a mi mujer y mi hijo era trasladado, junto a otros detenidos, hasta la casa ubicada en Maruti, 650, requisada por la SIFA, En esta casa vivíamos mi mujer, mi hijo y yo hasta el día de mi detención.
»El 11 de marzo ingrese a la Penitenciaria y por entonces tuve la posibilidad de hablar con mi abogado y de ver en forma libre a mi familia. A fines de mayo fui incomunicado en la galería de castigo, la número 12. Permanecí allí por diez días, pues habían encontrado un cuaderno mío que contenía apuntes de economía que consideraron peligroso. Después de diez días fui sacado de allí y reintegrado a mi galería habitual. Se me dijo que todo había sido un error y que no había nada en mi contra.
»Actualmente permanezco en la Penitenciaría a la espera del fallo.
»Nota: Autor de mi detención y responsable de las torturas: comandante Edgar Ceballos Jones.»
Arturo Villavela Araújo, ingeniero, aproximadamente treinta años:
«Fui detenido el 29 de marzo de 1974 por personal de civil que no se identificó y que inmediatamente utilizó armas, tirando al cuerpo. Fui herido en el hombro; varias balas perforaron mi pantalón, rozándome las piernas. Al subir a un auto me cercaron con automóviles que tenían emboscados, ametrallando el auto con todo tipo de armas. En las primeras ráfagas me hirieron en la cabeza, posteriormente me hirieron en el tórax y el abdomen, perforándome los intestinos y probablemente el estómago, al ser alcanzado por más de tres impactos en esa zona. Al salir del auto fui pateado en el suelo, a pesar de que estaba desangrándome y por las heridas no podía hacer ninguna resistencia y no estaba armado.
»Posteriormente fui llevado al hospital FACH, que al no tener los elementos para intervenirme quirúrgicamente me trasladaron al Hospital Militar. Al día siguiente de la operación fui interrogado y antes drogado, a pesar de la oposición del médico, por el estado casi comatoso en que me encontraba. En el Hospital Militar fui interrogado por la SIFA y la DINA. Al mes fui trasladado al hospital de la FACH, donde nuevamente fui interrogado aplicándome drogas, esta vez orales. A mediados de mayo fui llevado a la AGA. A pesar de que aún no me encontraba recuperado, y con el fin de darme de alta, se me sacó una sonda antes de tiempo. Fui sacado en camilla, pues aún no caminaba.
»El mismo día que llegué fui colgado y se me aplicó corriente por más de una hora en los genitales y ano permanentemente y además con una picana eléctrica que me la aplicaban en las heridas aún no cicatrizadas.
»Se me mantuvo aislado en una pieza con luz día y noche, esposado permanentemente al catre, hasta septiembre de 1974. Sólo a los cuatro meses de mi detención se avisó a mis familiares que estaba con vida, permitiéndoseme visitas esporádicas cada quince días, que a veces eran suspendidas por más de un mes. En todo este tiempo era apremiado casi diariamente.
»En agosto se me mantuvo en pie a pesar de no estar aún restablecido, por lo que sufrí la pérdida del conocimiento al caer desmayado.
»En varias oportunidades fui sometido a interrogatorio en que se me amenazaba con someterme a peores torturas y de pasarme a otros servicios de inteligencia, como la DINA.
»Prácticamente cuando ya se había iniciado el proceso, se me planteó reiteradamente la posibilidad de que mi esposa podía ser detenida y sometida a torturas.
»En todo este tiempo se me mantuvo en una pieza con cuatro o seis presos. Con luz encendida todo el día y ¿on salidas a tomar aire de quince a treinta minutos cada quince días. Muchas veces pasábamos más de un mes sin salida.
»En febrero fui trasladado a una casa «especial» del SIFA en Apoquindo, donde se me mantuvo más de un mes sin visitas y en una pieza muy estrecha, en la que estábamos tres presos.
»En marzo, a pesar de haber terminado el «trabajo» de Fiscalía, fui trasladado a Tres Alamos, lo que dificultaba mí defensa, pues mi abogado no tenía garantía de poder visitarme las veces que estimara convenientes.
»Desde antes de iniciarse el consejo de guerra fui trasladado a la Penitenciaría de Santiago.
»En más de un año de prisión se me hizo solamente un examen médico, posterior a mi salida del hospital. En él quedaron establecidas las complicaciones de cicatrización que aún existen, una afección al corazón que no tenía antes de ser detenido, dolores reumáticos y de cabeza y una bala que aún tengo alojada en el cuerpo. Ha sido imposible conseguir la ficha médica que permita conocer de qué fui operado.»
Gabriel Canihuante Maureira, veintidós años, estudiante de economía:
«Al mediodía del 24 de junio de 1974 fui detenido con tres compañeros que trabajábamos en un taller de reparaciones de mecánica de automóviles por una patrulla militar de la FACH, comandada por el «inspector Cabezas» (comandante Edgar Cebaflos Jones), en un operativo combinado de aire-tierra (un camión blindado con una docena de soldados, un auto particular con dos o tres civiles, un, helicóptero artillado con dos metralletas).
»La detención fue pacífica, no hubo resistencia, Los soldados cargaron las armas en cuanto nos vieron y nos mantuvieron manos en alto hasta subirnos al helicóptero. Este nos llevó a la Academia de Guerra, donde fuimos esposados y tapados los ojos y se nos mantuvo en pie hasta la noche. El interrogatorio primero fue sólo amedrentamiento. Puñetazos y patadas y amenazas de «magneto».
»El segundo interrogatorio fue con aplicación de electricidad, método Pau de Arara: desnudo, colgado, con una aguja en la cabeza del pene y una aguja móvil (siempre cegado). Los interrogatorios siguientes se limitaban ya a la simple amenaza del magneto. La incomunicación (esto es, ausencia de noticias de mi familia) duró exactamente un mes. El 24 de julio ellos recibieron una carta mía y yo el 30 una respuesta de ellos.
»El estado de incomunicación duró ochenta y cinco días en la Academia. Con los ojos tapados todo el día, a excepción de una hora o dos. Cegado para dormir. Obligación permanente de permanecer sentado y prácticamente inmóvil en la silla. Para caminar los siete pasos de la celda-sala de clases era necesario el permiso del guardia. La salida al sol era absolutamente fortuita (tres o cuatro veces en los ochenta y cinco días), lo mismo la visita de los familiares (dos días).»
Testimonio
Rosa Barrera (testimonio escrito entregado a la Tercera Sesión de la Comisión, por la Federación Democrática Internacional de Mujeres):
«Fuí detenida el 8 de julio de 1974 por integrantes del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea de Chile, SIFA, los que me llevaron esposada y con los ojos tapados a la Academia de Guerra de la Fuerza Aérea, AGA, ubicada en las inmediaciones de El Arrayán, lugar cercano a la cordillera. Mi lugar de reclusión allí fue una celda junto a otros once detenidos, todos hombres. Con el pasar de los días pude darme cuenta de que estaba en un subterráneo, con celdas contiguas en donde había noventa o más presos políticos.
»Todos los detenidos estábamos obligados a permanecer con los ojos tapados y esposados desde las cinco y media de la madrugada -en que nos despertaban a culatazos- hasta las once de a noche, A esa hora se nos autorizaba a acostarnos, si es que había colchonetas. Para dormir tampoco podíamos quitarnos la venda. El que infringía esta orden era castigado con un plantón en pie de seis horas, sin comer. No podíamos ir al servicio cuando sentíamos necesidad de hacerlo, sino cuando el guardia lo determinaba, quien generalmente actuaba según su capricho. Los servicios higiénicos eran pozos sépticos, seis en total, para una población penal que alcanzaba un promedio de cien detenidos. Eran frecuentes, por tanto, las inundaciones de orines y excrementos, cuyos olores y las moscas venían a transformarse en una nueva fuente de tortura. En el AGA, bañarse era un lujo, ya que el agua estaba cortada permanentemente. Algunos guardias y suboficiales, corriendo un riesgo evidente, nos llevaban a las mujeres a las dos o tres de la madrugada a un baño rápido, baño de agua helada. A esa hora teníamos que lavarnos el pelo, bañarnos, lavar nuestras prendas interiores, sólo en contados minutos.
»El día 28 de julio, alrededor de las cinco de la tarde, siento una mano tocar el número de cartón que llevaba en mi pecho. Un hombre de uniforme, poniendo una mano en mi hombro, me dice: «Vamos.» Me guía por un largo pasillo y subo una escalera, de la que alcanzo a contar veintidós peldaños, que conduce a un segundo piso. Me introducen en una habitación y siento una voz que pregunta: «¿De qué partido eres militante?» «No era -respondí-; soy militante del Partido Comunista.» El guardia, elevando el tono de su voz, me señala: «¿Que no sabes, huevona, que el Partido Comunista no existe?» Acto seguido, una fuerte bofetada en la cara. «Guardia -ordena el torturador-, llévate a esta huevona al pasillo.»
»En el pasillo permanecí dos días completos, con los ojos tapados, esposada, en pie, sin moverme a ningún lado, sin comer y sin dormir, Esos dos días, si bien fueron el anticipo de lo que vendría después, los recuerdo como los más horribles, pues… si el cansancio, el hambre o el sueño me vencían, era rápidamente golpeada. Esos dos días me acompañó una música estridente que hacía más grande el suplicio.
»Al segundo día, y cuando sentía que mis fuerzas ya estaban agotadas, siento una voz distinta a las demás que me dice: «No se desmaye, señora; aguante.» Era la voz de un guardia que me aconseja pedir al suboficial autorización para ir al baño, «No tema -aclara-, nada le pasará.» Hice lo indicado, y en el baño el guardia me levanta la venda y veo un rostro joven, de un conscripto, que me reitera: «Aguante, señora. Demuéstreles que no les tiene miedo.» Acto seguido saca de entre sus ropas una taza de café y me la da a beber. Me hace caminar por el baño para desentumecer mis pies; posteriormente con un pañuelo mojado me frota las pantorrillas para ayudar a la circulación. Al mojarme el rostro descubro que a mi espalda llevaba un cartel donde se leía: «Castígada por la Fiscalía». Los minutos que permanecí en el baño fueron sin duda los más reconfortantes para la situación en que me encontraba. Esa mano amiga me llevó nuevamente al sitio inicial de castigo y nunca más lo volví a ver.
»Esos dos días fueron la antesala de lo que vendría después.
»Apenas tuve oportunidad de permanecer unas cuantas horas en la habitación cuando nuevamente me toman y me llevan por el pasillo y subo los veintidós escalones fatídicos. Pero el camino no termina ahí y subo otros veintiocho escalones. Entro a una habitación, cuyo piso lo sentía blando como una especie de colchoneta. Siento que me sacan la venda y me ordenan cerrar los ojos. Encima de ellos ponen una gasa con tela adhesiva v encima un capuchón. Me desnudan, dejándome sólo en bragas, y me esposan las manos atrás. En los segundos que duró esta operación nadie dijo nada. Un golpe en mi bajo vientre vino a romper ese tenso silencio. El golpe, dado con una fuerza increíble y con una manopla, me lanzó contra la muralla, la que también estaba cubierta con colchonetas. El dolor me hizo desplomarme, pero nuevos golpes dados con un hierro en las costillas, estómago, senos, me obligaban a mantenerme en pie.
»Cinco minutos, diez, una hora permanecí allí, no los recuerdo; sólo el trauma de la pesadilla que viví en tinieblas. De repente siento que una puerta se abre y una voz ordena: «Ya basta; vístase, señora.» Me pasan a otra habitación. Me piden que me siente Una voz suave me ruega colaborar con la dictadura. «Créame, señora, que siento mucho lo que le ocurre. Pero si nos dice quién era el enlace que se reunía con usted, la dejamos en libertad inmediatamente.» «Yo no sé nada, señor», aclaro. Nuevamente siento la voz encolerizada del interrogador, que sostiene: «Con ustedes no se puede conversar. ¡Guardia! ¡Llévesela! » Y vuelvo a las tinieblas del calabozo.
»Los días siguientes, vuelta a la misma rutina, cambiando, eso sí, los métodos de tortura. Por ejemplo, uno de los torturadores me amarraba a los pezones de mis senos una lienza y empezaba a tirarlos con un sadismo increíble. Los tiraba hacia adelante con el evidente propósito de arrancarlos de su lugar; otras veces los tiraba hacia los lados, en todas direcciones. El dolor me hacía caer muchas veces desvanecida; pero también entendía que era peor porque los golpes en cualquier parte del cuerpo me hacían ponerme en pie. Estas sesiones de tortura venían acompañadas posteriormente de un interrogatorio que siempre revestía un hipócrita tono fraternal. «Señora -me decía el interrogador-, siento mucho lo que le ocurre. Créame. ¿Quiere fumar? Póngase cómoda. Tranquilícese. Aquí nada le pasará. Por favor, dígame: ¿Quién era su enlace? ¿En qué casas se reunían? ¿Quiénes eran los miembros de la comisión política? ¿Qué hace Fulano de Tal? ¿Dónde se encuentra este otro? ¿Dónde imprimen los volantes? ¿Cómo les llega el dinero?» Así un montón de preguntas. A todas ellas yo respondía invariablemente: «Señor, usted está equivocado conmigo. Yo no sé nada. Soy solamente la secretaria de la senadora Julieta Campusano.»
»Esa situación se prolongó por once días seguidos, hasta que llegó el día 6 de agosto. Ese día, faltando pocos minutos para el mediodía, siento la voz de Alfonso Carreño Díaz, militante del Partido desde la época de González Videla. Me había tocado trabajar con él tiempo atrás; muy amiga de sus hijas, sabía sus condiciones de militante leal.
»Por cierto, al igual que la mayoría de los que estábamos en el AGA, Carreño tampoco podía librarse de las sesiones de «ablandamiento» previas a los interrogatorios. Hacía minutos que lo habían bajado de una de ellas y no podía reprimir el dolor. Sentada próxima a él, sentía su respiración fuerte y profunda. Sus quejidos indicaban que estaba mal. Instantes después siento como si un globo hubiera reventado y por debajo de la venda le veo desplomarse. Un charco de sangre brotó de sus narices y boca. Su rostro estaba pálido. Allí quedó tirado unos diez minutos antes de que vinieran suboficiales a verlo. «Este hombre está mal -dice uno de ellos-; hay que llamar a un médico.» Otros veinte minutos en que llegara el médico y lo viera. Pero ya era tarde.
»Carreño ya estaba inconsciente. Media hora más tarde que lo viera el médico llegó una camilla y lo trasladaron del lugar. Así salió Alfonso Carreño Díaz de la Academia de Guerra Aérea. Su estómago completamente destrozado, molido interiormente, aniquilado sádicamente por los asesinos del AGA.
»Ese día todos estuvimos tensos y esa noche nadie durmió.
»Como a las tres de la madrugada escucho una voz conocida por mí. Era la del hombre que había dirigido el operativo contra el Partido Comunista, el inspector Cabezas, el segundo hombre del Servicio de Inteligencia de la FACH. Su verdadero nombre se había filtrado entre los detenidos, y era Edgar Ceballos… Este informa a la guardia: «Borre de la lista a Alfonso Carreño Díaz. Se nos fue en el hospital.» Esa noche no pude reprimir las lágrimas y, en un estado emocional muy grande, escribí con mi uña en la pared frente a mi litera: «Dios mío, ayúdame a soportar todo esto.» Al despertar a la mañana siguiente veo la leyenda escrita horas antes y no puedo reprimir una sensación de risa, porque no creo en Dios, pero tampoco podía sacarme la idea de mi mente de que también mis horas estaban contadas. Tenía un desorden horrible en mi cabeza, y en esas reflexiones estaba cuando siento una mano que toca el número prendido en mí chaqueta. «Cincuenta y cuatro. Vamos.»
»Subo los veintidós peldaños y después los veintiocho restantes. Iba nuevamente al tercer piso, a la sala de torturas. Yo no quería subir, pero mis piernas me llevaban inexorablemente a enfrentarme con mis verdugos. Al abrirse la puerta ya estaba recuperada y dispuesta a esperar lo peor. Otra vez los golpes, la tortura. Nuevamente el interrogatorio para las mismas preguntas anteriores y las mismas respuestas.
»No supe cómo llegue a mí celda; me sentía muy mal, la cabeza me daba vueltas, sentí correr por mis piernas un líquido caliente, Era la sangre, que mojaba incluso mis pies. Pedí ir al servicio para lavarme un poco. No había en el AGA medicamentos ni algodón. Tuve, por tanto, que recurrir a diarios viejos y a papeles para contener la hemorragia. Así llegué como pude nuevamente a la celda, pero antes de llegar a la litera me desplomé.
»Recobré el conocimiento gracias a la ayuda de otros presos. Estaba aún fresca la agonía de Alfonso Carreño, y éstos gritaron pidiendo ayuda a los guardias. Llegaron militares de alta graduación, los que empezaron a preguntarme sí me sentía bien. «Póngase en pie», me ordenaron. Al intentarlo comprobé que el lado derecho de mi cuerpo estaba paralizado, Me cubrieron con un poncho en la cabeza y me trasladaron a un hospital.
»En el hospital no querían atenderme, Nadie quería hacerse responsable de mi grave estado. Después de muchos esfuerzos del personal del AGA, éstos lograron que me ingresaran. Desperté en el pabellón de operados, y pregunté al médico qué era lo que tenía. «Tenía un embarazo de dos meses, mi hijita», respondió el doctor. Añadió que tenía una hemiplejia que casi comprometía la circulación del corazón. Agregó que todo había pasado y que se me daría tratamiento.
»Estuve cinco días en el hospital de la FACH. Un guardia con metralleta al pie de mi cama observaba todos mis movimientos.
Estaba estrictamente incomunicada, no podía hablar con nadie, ni siquiera con los médicos que hacían mis curas. Hasta para hacer mis necesidades debía… hacerlo en presencia del guardia, quien no tenía ni siquiera la atención de volverse cuando esto ocurría. Fui dada de alta al quinto día. El médico me dijo al comunicarme la decisión: «Señora, si de mí dependiera, yo la enviaría a su casa a reponerse, pues usted está muy delicada; pero, desgraciadamente, debo cumplir órdenes, y siento decirle que volverá a la Academia.»
»Así regresé de nuevo al AGA. Volví al mundo de tinieblas de la venda, volví al mundo de los ciegos sin serlo, volví a los interrogatorios, pero esta vez sin las sesiones previas de «ablandamiento». Seguramente los torturadores sintieron miedo por lo ocurrido con Carreño y conmigo. Eso, creo yo, me salvó de las torturas, al menos por el momento, porque después vinieron otro tipo de torturas. Quisieron aniquilarme moralmente.
»Por supuesto que la hemorragia continuó sin siquiera recibir un solo medicamento. A fines de septiembre, cuarenta y cinco días después de haber sido ingresada en el hospital de la FACH, logré que el fiscal me autorizara a recibir medicamentos y desinfectantes. Durante todo este período no supe de mi familia. Mi compañero me contó después que no se le permitía verme. Siempre se le respondía que estaba incomunicada.
»Finalmente, el 8 de noviembre de 1974 salí, junto a otras cinco mujeres detenidas, del siniestro encierro del AGA en dirección al campo de concentración de Tres Alamos.»
Declaración jurada de detención en Villa Grimaldi (Extracto)
Había dentro 87 detenidos, 10 mujeres y 77 hombres, mientras él estuvo detenido. Permaneció en Villa Grimaldi cuarenta y cinco días. Lo fueron a buscar a su domicilio y le dijeron que venían de una comisaría cercana para que prestara una declaración breve para volver luego a su casa. Lo subieron a su vehículo y le vendaron con scotch. En Villa Grimaldí le quitaron el scotch y le pusieron venda de tela.
Mantuvieron al detenido en una habitación de 80 por 80 centímetros («Casas Corvi») por media hora en su tratamiento preliminar de espera. Lo sacaron, le hicieron una ficha familiar, consignando los nombres de madre, padre, hermanos, hijos, etc. Luego fue llevado a interrogatorio.
Comenzaron a golpearlo, a patearlo y a interrogarlo. Afirmaban, preguntándole a la vez, si tenía armas, si sabía de algún escondite, reiterando que debía saberlo, golpeándole, al mismo tiempo con los puños. Como no respondiera satisfactoriamente a juicio de los torturadores, lo desnudaron y lo pusieron en la «parrilla» (un somier metálico). Fue amarrado y amordazado, pusieron una radio a todo volumen y comenzaron a aplicarle electricidad en todo el cuerpo, preferentemente en los testículos, donde mantenían largo tiempo las placas transmisoras de corriente. Tenía que indicar, bajando el dedo índice, cuando estuviera dispuesto a hablar; lo hacía a cada rato para que cesara la electricidad, pero como contestaba siempre que no sabía nada, volvían a aplicarle corriente eléctrica. Por dos días seguidos le aplicaron el mismo tratamiento, y el interrogatorio no variaba en nada. Después de esos dos días lo trasladaron a otra habitación, que debía tener unos 2 por 1,20 metros («Casas Chile»). En esta nueva habitación había un camarote con dos camas, en las que dormían cinco personas, tres abajo y dos arriba. La pieza estaba herméticamente cerrada, y arriba tenía un tragaluz de 25 por 10 centímetros.
Los despertaban a las cinco de la mañana y pedían voluntarios para barrer. El detenido siempre se ofrecía, con el fin de conocer mejor el lugar.
A las siete de la mañana les daban desayuno, consistente en media taza de café con pan duro. Al servicio salían tres veces al día. Había un solo baño para todos. La única vez que el detenido se bañó fue cuando salió en libertad.
Las condiciones higiénicas eran indescriptibles. Los llevaban al servicio en grupos de a diez. En pocos minutos -tres como máximo- todos tenían que hacer sus necesidades. En el trayecto de regreso debían desfilar, ir marchando, hacer giros, etc. El que se equivocaba -lo que era muy fácil si se considera que permanecían absolutamente todo el tiempo con los ojos tapados- era pateado o recibía culatazos.
Cuando se oía la radio a todo volumen, todos sabían lo que iba a ocurrir. A pesar de las condiciones, el clima humano entre los presos era muy bueno y todos se daban ánimos; había mucha solidaridad, especialmente con los recién torturados.
Había muchas personas muy enfermas. Una de ellas era un estudiante que había sido sacado a la calle para que reconociera personas. Intentó quitarse la vida arrojándose bajo un autobús, pero las ruedas le pasaron sobre una pierna solamente, quebrándosela. Tenía como consecuencia de la ausencia absoluta de tratamiento médico comienzo de gangrena. El doctor de Villa Grimaldi, que solía ir por las noches, le decía que no se preocupara, porque cuando la gangrena llegara a la rodilla, le iban a cortar la pierna.
El doctor le inyectaba pentotal, e intentó además el tratamiento hipnótico.
Mientras el detenido permaneció en Villa Grimaldi murió una persona que, estando amarrada a la «parrilla», en su desesperación cortó las cuerdas y agredió a un militar. Lo patearon en la cabeza y le dieron de culatazos, dejándole con la cabeza completamente deforme y la espina dorsal quebrada; estuvo varios días agonizando, y sus quejidos eran escuchados por todos los presos. El doctor se negó a atenderlo, Cuando murió su cadáver fue sacado de noche, sin que los presos se enteraran dónde lo llevaban. Es frecuente que lleven a Villa Grimaldi a padres, madres y parientes de personas buscadas, los que permanecen en este centro en calidad de rehenes.
Todo el personal que trabaja allí carece de presencia militar: pelo largo, blue-jeans, bigotes. También trabajan mujeres: todas visten pantalones. Hacen turnos continuados de veinticuatro horas, con cuarenta y ocho horas de descanso.
Al detenido le da la impresión de que los torturadores son en su gran mayoría oficiales, ya que por el timbre de voz y la forma de hablar se nota que son personas educadas. Otros son conscriptos, sargentos, y ello se nota asimismo en el modo de hablar.
El personal está organizado en brigadas. Cada brigada tiene un grupo de personas que se dedican a interrogar, averiguar, comparar, chequear. Tienen a su cargo al detenido desde la detención hasta la liberación. La brigada está compuesta de un oficial, sargento y conscriptos.
El lugar denominado «la torre» es exactamente eso, En su base debe tener unos cuatro metros cuadrados y termina en punta. Tiene unos seis metros de altura. Es antigua y da la impresión de que fue construida con fines decorativos. En su interior tiene una escalera de caracol que conduce a calabozos recientemente construidos, especies de nidos individuales. Hay cuatro de estos calabozos para aislamiento absoluto; son usados como celdas de castigo para los presos más «rebeldes».
Los métodos más frecuentes de tortura, según denuncias formuladas a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, son los siguientes:
- aplicación de electricidad,
- aplicación de electricidad en heridas,
- violación y ultrajes sexuales,
- obligación de presenciar o desarrollar actividades sexuales,
- obligación de presenciar torturas,
- encapuchamiento e incomunicación prolongada en tal estado,
- permanencia en pie por tiempo indeterminado,
- permanencia en silla, amarrado o engrillado, por tiempo indeterminado,
- ingestión de excrementos e inmundicias,
- arrojamiento de excrementos e inmundicias sobre el detenido,
- apedreamientos,
- apaleos,
- golpes con laque y con objetos contundentes,
- tajeamiento de miembros,
- fracturas,
- colgamíento de brazos y piernas,
- Pau de Arara,
- embolsamiento de rostro, provocando asfixia,
- golpes continuados de pies y puños,
- arrancamiento de uñas, ceja¿, pelo y otras partes del cuerpo,
- flagelamientos,
- hundimiento de cabeza en agua y suciedades,
- privaciones de agua y alimentos,
- arrastramiento por el suelo atado del cuello o miembros,
- volcamiento por escaleras o pendientes con ojos vendados,
- simulacro de fusilamiento,
- introducción de ácidos y materiales corrosivos,
- quemaduras de cigarrillos,
- cortes en las venas y otras partes del cuerpo,
- heridas de bala,
- pinchamiento con alfileres u objetos punzantes,
- exposición en lugares con insectos o gérmenes infecto-contagiosos,
- exposición a temperaturas muy elevadas o muy bajas
- exposición a rayos ultravioleta o infrarrojos,
- presión con cuchillos u objetos punzantes o contundentes,
- aplicación de pentotal o drogas tendentes a causar pérdida de voluntad.
Fuente: C.I.D.H. Tercer Informe sobre la situación de los Derechos Humanos en Chile, 6.º periodo de sesiones, año 1976.
En un informe presentado a la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas se describen los métodos de tortura aplicados con mayor frecuencia durante el primer semestre del año 1976:
- «El submarino». Consiste en atar de pies y manos al detenido y sumergirle en un tanque de líquido nauseabundo (orina, aguas de alcantarillado, petróleo), con lo que se provoca una asfixia temporal. Se dice que este método se ha aplicado en Villa Grimaldi, utilizando una piscina que hay en el centro.
- «La paloma», que consiste en atar las manos del preso a la espalda y colgarle por las manos; con frecuencia se le atan los pies. Entonces se le dan palizas o descargas eléctricas. Este método se utiliza también cuando el preso está suspendido en una tina o en la piscina de Villa Grimaldi, y entonces se aplica corriente eléctrica al agua.
- Conducir un vehículo pasando por encima de las manos y los pies de los presos, con lo que se les producen fracturas múltiples, o por encima de otras partes del cuerpo, con lo que se les produce incluso la muerte.
- Golpear sistemáticamente una parte del cuerpo hasta producir la locura. Golpes continuos en la cabeza, pies descalzos e ingles.
- Abusos sexuales, incluida la violación y la utilización de animales especialmente entrenados para cometer depravaciones.
- Pau de Arara. Consiste en atar juntos los pies y las manos del detenido y colgarle de un palo con las pantorrillas fuertemente atadas alrededor del mismo. Se invierte entonces la posición del detenido y se le aplican corrientes eléctricas o la llama de un soplete a los genitales, boca, cabeza, etc., golpeándole todas las partes del cuerpo.
- Aplicación de alcohol y corrientes eléctricas a las heridas producidas por la tortura o por disparos.
- Rotura de los huesos de los dedos, pies, brazos y piernas con golpes o «llaves».
- Quemaduras con ácido en los ojos, testículos, vagina o en otras partes del cuerpo.
- Ingestión forzosa de vomitivos.
- Corriente eléctrica en una silla. Al parecer este método se utiliza con frecuencia debido a que resulta rápido y fácil de aplicar, A menudo se utilizan la casa y el lugar de trabajo del detenido. Según parece, algunas personas detenidas en enero de 1976 fueron torturadas de esta forma en los locales del Sindicato de Taxistas de Santiago.
- Utilización de cabinas especiales, más pequeñas que una cabina telefónica y con sitio apenas suficiente para que pueda permanecer una persona sentada. Al detenido, encadenado, se le deja en la cabina durante un período indefinido de tiempo y se le saca para someterle a interrogatorios posteriores o ulteriores torturas.
- Extracción de dientes a sangre fría.
- Extracción de las uñas de los dedos de las manos y de los pies, y quemaduras de los órganos más sensibles del cuerpo con cigarrillos o directamente con fuego.
- Simulación de ahorcamiento o fusilamiento.
- Coacción psicológica consistente, por ejemplo, en detener y someter a tortura a los parientes próximos del detenido, en particular a su mujer e hijos.
En 1976 se observa la participación de efectivos de carabineros en la detención de personas y su posterior entrega a agentes de la DINA, como lo demuestra la posterior aparición de los arrestados en el Campamento de Tres Alamos.
En los últimos meses de 1976 se detecta la actuación de una llamada Brigada de Asaltos, que, conjuntamente con la DINA, practica detenciones y torturas. A casi todas las personas detenidas se les interroga acerca de presuntos asaltos. Personas detenidas y torturadas en Villa Grimaldi son, por otra parte, entregadas en Tres Alamos y sacadas luego de allí por efectivos de Investigaciones, que las trasladan al Cuartel de Plaza Almagro.
En noviembre de 1976, el Gobierno libera a alrededor de 300 detenidos, con lo cual, según declaración oficial, va no quedaban presos políticos en el país.
En 1977 hay un cambio en la represión, fenómeno atribuido, entre otras razones, a:
- La conmoción que produce el asesinato de Orlando Letelier en Washington el 21 de septiembre de 1976, crimen en el que aparece involucrada la DINA, y ‘el rechazo mundial que éste provoca, en especial por parte del Gobierno de Estados Unidos.
- El trabajo de denuncia desplegado por los familiares de víctimas de la represión, especialmente por la Agrupación, de Familiares de Detenidos-Desaparecidos.
- La condena permanente de las Naciones Unidas al Gobierno de Chile por la violación sistemática de los derechos humanos,
- La agudización del aislamiento político que experimenta el régimen en el ámbito internacional, y que le obliga a un esfuerzo por mejorar su imagen.
- El creciente papel que juega la Iglesia Católica, por intermedio de la Vicaría de la Solidaridad, en la denuncia de las violaciones de los derechos humanos y en el apoyo jurídico a los reprimidos. La acción de la Vicaría permite a crecientes sectores de la opinión pública saber la verdad en torno a algunos casos que se producen por entonces, lo que precipita la disolución de la DINA y obliga a los cuerpos represivos, en general, a una modificación de sus métodos.
Entre los casos aludidos destacan:
- En mayo de 1977 es secuestrado por agentes de la DINA el menor Carlos Veloso, hijo de un dirigente sindical. Es torturado para que informe sobre presuntas actividades sediciosas de su padre. Sus familiares concurren a la Vicaría de la Solidaridad a hacer la denuncia, pero en días posteriores se retractan. Simultáneamente, la DINA asegura haber descubierto a los autores del echo, señalando como culpables a algunos vecinos de la población de Veloso, uno de ellos miembro de la Fundación Cardjin, del Arzobispado de Santiago. Pero tras denuncias de la propia Vicaría y de la Fundación, y de una investigación pedida por el presidente de la Corte Suprema, un Tribunal militar termina poniendo en libertad incondicional a los acusados, al establecer que su confesión le había sido arrancada mediante tortura por parte de los agentes de la DINA.
- El 3 de mayo desaparece el licenciado en Derecho y funcionario judicial Guillermo Bello Doren, condición en la que permanece durante quince días. El Consejo General del Colegio de Abogados sostiene que éste se ha autosecuestrado con el objeto de causar expectación pública nacional e internacional. Cuando es puesto otra vez en libertad, Bello decide abandonar el país. Ante notario público deja un completo testimonio, en el cual refiere que su secuestro y desaparición fueron obra de personal de servicios de seguridad del Gobierno, seguramente la DINA.
- En noviembre de 1975 fuerzas de seguridad habían arrestado en la casa de los Padres Columbanos a la doctora británica Sheila Cassidy. En el operativo fue muerta a tiros por la espalda la empleada de la casa doña Enriqueta Reyes Valerio. En declaraciones oficiales profusamente dadas a conocer por la prensa, se afirmó que el personal de seguridad había sido recibido a balazos por la doctora y un acompañante refugiado en la casa. A mediados de 1977, después de un año y medio de instrucción del respectivo proceso militar, se determinó que los únicos balazos habían provenido de los agentes de la DINA y que en el momento del ataque la doctora Cassidy no se encontraba acompañada de ningún «individuo no identificado». Por desgracia, a la justicia castrense le resultó imposible determinar quiénes habían sido los responsables del homicidio de Enriqueta Reyes.
Otros antecedentes
La mayoría de los arrestados son puestos a disposición de los tribunales militares luego de soportar un período ilegal de incomunicación, para ser procesados y juzgados en conformidad a las normas que rigen para tiempo de guerra. Otros, cuya detención no es reconocida, son en definitiva puestos en libertad.
Las nuevas formas de represión consisten principalmente en acciones que no dejan rastros visibles, por lo que sus víctimas se sienten inhibidas para denunciarlas y optan, en cambio, presas del miedo, por abandonar el país.
Se observa la aplicación de los siguientes métodos.
- Visitas a los domicilios, amedrentamientos.
- Detenciones por breve tiempo.
- Seguimientos, amedrentamientos, hostigamientos, llamadas telefónicas, averiguaciones entre los vecinos.
- Detenciones por varios días en lugares secretos, manteniendo a los afectados en régimen de incomunicación y con los ojos vendados. Algunos de los liberados refieren que son conminados mediante amenazas a mantener silencio para que no inicien acciones legales; en ocasiones se les obliga a entrar a colaborar con los servicios de seguridad.
- Firma de documentos culpatorios, firma de declaración de no haber sufrido apremios durante su estancia, y comienza a utilizarse regularmente la confesión ante cámaras de televisión.
- Aplicación de torturas físicas y psicológicas como sistema habitual de trato a los detenidos.
El número de arrestos breves con fines de amedrentamiento aumenta en forma paulatina, lo mismo que el de personas que, después de permanecer incomunicadas por un largo período, son, en definitiva, puestas en libertad, sin que nunca se reconozca oficialmente su detención por parte de los organismos de seguridad. Estos continúan desarrollando sus actividades con desprecio absoluto por las normas constitucionales y legales dictadas por la propia Junta Militar.
En mayo de 1977 diversos detenidos comienzan a describir un recinto secreto de torturas que se va perfilando como el local que después utilizaría en forma permanente la CNI (Santa María con Borgoño).
Algunos testimonios de tortura física y psíquica
- Venda-golpes-amenazas-incomuinicacíón-detención en lugar desconocido.
Le hacen firmar un papel en el que deja constancia de que es homosexual y traficante en drogas. Se le obliga a firmar bajo amenaza de muerte otro documento en el cual se compromete a colaborar con la DINA.
Se le toman fotografías en diversas poses para demostrar su condición de homosexual; para ello se presta uno de sus aprehensores, Lo trasladan a otra pieza más pequeña y pierde el conocimiento, debido a emanaciones de gas.
El último día le hacen firmar una declaración que dice:
- »Que estoy involucrado con el Partido Socialista de Chile,
- »Que a nadie, ni siquiera a mis familiares o amigos más cercanos, debo contar lo ocurrido, lugar donde he estado y preguntas que me han formulado.
- »Que no he recibido maltrato o apremio físico.
- »Que si no cumplo seré detenido y conducido al mismo lugar, donde se me enterrará «a dos metros bajo tierra».»
- Detenido en su domicilio. Ojos tapados.
«Me hicieron desnudarme totalmente y me tendieron en un somier metálico que estaba en el suelo, procediendo a atarme a él; me echaron agua encima, me pusieron una mordaza y me aplicaron corriente en seis oportunidades.»
Le golpean antes, poniéndole un trapo mojado con objeto de evitar huellas. Le obligan a beber vino; como se niega, lo amarran al somier y le colocan un embudo en el que vierten vino, y le rocían con él la cabeza,
- Detenido por Investigaciones.
Ingresa en la Cárcel Pública a disposición de la Fiscalía Militar. Esa noche es llevado al Campamento Cuatro Alamos por personal de Gendarmería, donde se le interroga varias horas, encapuchado, bajo apremios psicológicos. Lo devuelven a la cárcel.
Posteriormente lo vuelven a sacar encapuchado. Le aplican tortura psicológica, En estos interrogatorios le señalaban que si sus declaraciones no eran satisfactorias podía ser trasladado a «Peldehue».
El tiempo medio de estancia en recintos secretos y de incomunicación es más breve que en años anteriores, pero la intensificación de la tortura persiste, aun cuando dejan de utilizarse métodos que producen mayores huellas físicas. La tortura parece tornarse más refinada y técnica a partir del estudio del perfil psicológico del detenido y de la recopilación de sus antecedentes personales y familiares. Cabe suponer que en la aplicación de la tortura y de las técnicas de interrogatorio participan ahora científicos sociales, psicológicos y psiquiatras, con el objeto de obtener el mejor resultado en el más breve tiempo y en lo posible sin dejar huellas, buscando siempre el quiebre de la persona, los datos necesarios para inculparla y la irradiación del miedo hacia el grupo al que el detenido pertenece.
Aun cuando el número de desapariciones forzadas decrece notablemente a partir de la puesta en funciones de la CNI, para el régimen sigue siendo necesario eliminar vio paralizar a los opositores considerados más «peligrosos». Las víctimas de la tortura denuncian cada vez con mayor coraje lo que les ha sucedido, concurriendo a la Vicaría de la Solidaridad, haciendo declaraciones juradas y quedándose en el país, a pesar de todas las amenazas. Si salen al extranjero se presentan a la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, a Amnistía Internacional o a otros organismos a testimoniar. Ante esta situación la CNI comienza a utilizar con mayor frecuencia el método de los supuestos enfrentamientos.
Además, se tiene la sensación de que la CNI necesita incrementar su documentación. Muchos detenidos son personas que habían sido arrestadas en virtud del estado de sitio o procesadas por cuestiones políticas. Otras están vinculadas a actividades solidarias de la Iglesia.
A principios de 1978 es detenida la doctora Havdée Palma Donoso, la cual, luego de su liberación, entrega el testimonio siguiente:
«Llevada a un cuartel de la CNI, que supone es Villa Grimaldi. En este cuartel estuvo hasta el 8 de febrero; solamente se le permitía dormir tres horas. Las torturas consistían en aplicaciones de electricidad en parrilla, colgamiento, golpes, manteniéndola siempre desnuda. Estos maltratos le ocasionaron hemorragias por ano y vagina. Las personas que estuvieron detenidas al mismo tiempo que ella relatan haberla visto con el rostro deformado por los golpes.
»El día 8 de febrero fue trasladada a otro cuartel, el cual tenía un subterráneo grande y estaba ubicado cerca de una línea férrea; escuchaba pasar unos ocho trenes al día. (La descripción del recinto secreto, que pareciera ser el de Borgoño, coincide con la formulada por otras personas que permanecieron detenidas por la DINA y que declararon haber sido llevadas allí desde mayo de 1977.)
»Allí permaneció cegada, esposada, encadenada de pies e incomunicada. Los días 13 y 14 de febrero se le hicieron dos aplicaciones de electroshock, después de las cuales durmió cinco horas; al despertar no recordaba su nombre.
»El 16 de febrero fue trasladada a la ciudad de Arica por vía terrestre, donde fue mantenida hasta el 20 de febrero en un cuartel de la CNI. Le entregan la documentación con la identidad falsa que ella portaba en el momento de su detención. Llevada al terminal de autobuses con destino a Tacna, se le advierte que en el mismo vehículo viaja un agente de la CNI con la función de vigilarla para que no hable con nadie. Una vez en la ciudad de Tacna, y por consejo del obispo local, se presenta a la policía de investigaciones peruana, siendo de inmediato detenida. Arrestada quince días en esa ciudad es trasladada a Lima, donde luego de una semana es puesta en libertad por mediación de ACNUR.»
Durante 1978 queda de manifiesto que las violaciones de los derechos humanos corren principalmente por cuenta de agentes de la CNI, funcionarios uniformados de carabineros, funcionarios de SICAR y agentes del Servicio de Investigaciones. Hay indicios de la participación de carabineros en labores de inteligencia al margen de su institución, de una nueva instancia en colaboración directa con la CNI. El Servicio de Investigaciones desempeña el mismo papel: en lugar de poner sus detenidos a disposición de los Tribunales de justicia competentes, se los entrega en secreto a la CNI, para que ésta los mantenga ocultos, sometidos a interrogatorios y torturas.
La reclusión en recintos secretos, la aplicación de torturas, la declaración forzada de autoinculpación, la exigencia de transformarse en colaborador de los organismos de seguridad, la amenaza de represalias en contra del detenido y miembros de su familia aparecen señalados en forma sistemática en las denuncias.
Los aprehensores disponen a su arbitrio de la vida y libertad de las personas, constituyéndose en una asociación ilícita que actúa por sobre todas las normas.
Algunos testimonios
B. A. Mujer. «Me aplicaron diversas formas de tortura corriente en parrilla, golpes, inyección de droga, que me hace perder el control del pensamiento). Me interrogaba una mujer, tratándome groseramente. Durante el interrogatorio me golpeaba en la espalda a la altura de los riñones, me obligaba a tomar con las manos unas llaves que tenían electricidad, lo que me provocaba convulsiones en todo el cuerpo; sí me negaba a tomarlas era cruelmente golpeada; prácticamente no me dejaban dormir y me atemorizaba diciendo que me secaría en la cárcel. Cada respuesta negativa significaba para mí un golpe de corriente, lo que iba disminuyendo mi capacidad de negar los cargos que trataban de imputarme.»
Tres menores, de dieciséis, quince y trece años, de sexo femenino, detenidas por civiles con ocasión del 1 de mayo. Introducidas violentamente en una camioneta, se les venda los ojos y se les lleva a cuatro lugares distintos que ellas desconocen. En todos éstos se les interroga intensamente; en el penúltimo son sometidas a malos tratos y vejaciones al tiempo que se les amenaza con una violación en grupo. Después de ficharlas, las trasladan a la 13.11 Comisaría de Carabineros, donde son entregadas a sus padres.
M. A. R. A., dieciséis años, estudiante. Detenido en su domicilio a las cuatro de la madrugada del 13 de octubre por agentes del Servicio de Investigaciones, quienes no exhiben orden alguna ni dan explicaciones a los familiares. Encerrado en el portamaletas del automóvil policial, es llevado a un cuartel, donde lo interrogan intensamente, dándole fuertes y repetidos golpes con pies y puños, tanto en el rostro como en el estómago, y sometiéndolo a tortura psicológica. Lo dejan libre cuatro días después.
Métodos de tortura (1978-1979)
Tortura física:
- Aplicación de electricidad con picana en diversas partes del cuerpo, especialmente en los genitales.
- Aplicación generalizada de electricidad en parrilla.
- Puñetazos y patadas.
- Golpes con las palmas abiertas en ambos oídos a la vez («teléfono»).
- Colgamiento.
- Colgamiento de manos y pies con aplicación de electricidad («Pau de Arara»).
- Inmersión de la cabeza en aguas generalmente servidas hasta provocar asfixia («submarino»).
- Colocación de bolsa de polietileno para dificultar gravemente la respiración («submarino seco»).
- Posturas forzadas, esposamiento continuo.
- Privaciones de alimento y agua.
Tortura psicológica:
- Ojos tapados.
- Incomunicación en recinto secreto.
- Interrupción del sueño.
- Desnudamiento, vejaciones de tipo sexual, humillaciones.
- Música estridente Y continuada.
- Drogas e hipnosis.
- Amenazas a la persona (asesinato, nuevas torturas o continuación de éstas).
- Amenazas en contra de la familia (detención, tortura y violación de la esposa e hijas).
- Firma forzada de declaraciones autoinculpatorias.
- Presión para colaborar, inculpar a otros y/u organismos de iglesia.
- Filmación del detenido haciéndole leer declaración de autoinculpamiento.
La CNI continúa operando con los mismos métodos que había utilizado desde sus inicios. Sus agentes no se identifican en el momento del arresto, no exhiben orden alguna para arrestar, utilizan vehículos sin matrícula, llevan a los detenidos con los ojos tapados a recintos secretos de interrogatorio y tortura. Reeditan a menudo la operatoria de secuestro practicada por la DINA, consistente en seguir a la persona hasta sorprenderla sola y aprehenderla sin testigos, lo que permite a la CNI salvar su responsabilidad en caso de que algo le ocurra a la víctima.
Se utiliza la detención de familiares cuando la persona buscada no es habida, de modo de obligarla a entregarse.
La aplicación de la tortura sigue siendo un método empleado regularmente con los detenidos mientras son mantenidos en recintos secretos. Asimismo se constata aplicación de tortura de personas detenidas por carabineros y el Servicio de Investigaciones.
Hacia fines de 1979 las denuncias por la aplicación de tortura tienden a disminuir considerablemente, debido tal vez a la alarma pública provocada por la muerte del profesor Alvarez Santibáñez, quien había sido detenido por agentes de la CNI y trasladado de emergencia a la Posta Central. A mediados de 1980, empero, la práctica de la tortura vuelve a recrudecerse.
En julio de 1980 el DL 3.451 aumenta a veinte días el plazo que se puede mantener a una persona bajo arresto sin ponerla a disposición de los tribunales, «cuando se investiguen delitos contra la seguridad del Estado de los cuales resultare la muerte, lesiones o secuestros de personas». Se «legaliza» así una práctica que la CNI venía aplicando desde mucho antes en forma indiscriminada.
Relato de A. H. V. V., detenida por la CNI el 20 de marzo de 1980 en un escrito agregado al recurso de amparo interpuesto en su favor:
«… Al llegar subí dos escalinatas y me encapucharon. En un verdadero calvario fui objeto de los siguientes malos tratos o torturas: una mujer me registró, tocándome en forma grosera mis partes íntimas; luego me llevaron a otro lugar, al parecer una pequeña sala. Se encontraban en ella varios individuos, dos de los cuales me desnudaron y me amarraron de pies y manos, separados, a un banco como los de las plazas, en el cual cabía recostada de espaldas. Me pusieron electrodos en las sienes, en los senos, en los dedos de los pies de la pierna derecha, en la vagina (escuchaba… en forma vulgar mis torturadores decían: «Métele el cable por la… a esa huevona», y así comenzaron a aplicarme electricidad mientras era tratada en forma grosera, vulgar y vejatoria para mi condición de mujer. Se me interrogaba por un vecino a quien buscaban, según ellos, como un delincuente político extremista terrorista. Perdí la noción del tiempo por la tortura; al parecer, en la noche del jueves me llevaron a otra sala, diciendo mis torturadores que tendrían que aplicarme otro tratamiento, pues yo era muy dura.
»Me desataron, lavaron las manos y me tomaron las huellas digitales. Luego me llevaron a otra sala; pedían un palo para hacerme algo con él. Me decían que con el tratamiento que recibiría tendría que saber hablar. Siempre con la vista tapada, me hicieron sentar en el suelo, me amarraron las manos por delante de las rodillas de modo que entre el codo y las rodillas quedara un pequeño hueco por el cual metieron un palo más o menos del grosor de un tubo fluorescente, astillado, lo que me provocaba heridas. Quedé en una posición incómoda, casi imposible de soportar. Suplicaba que me dijesen qué querían de mí. Incluso ofrecí culparme de algo. Sin embargo, ésa no era toda la tortura, pues me levantaron tomando el palo por los extremos, me pusieron en una mesa y luego sentí un dolor inenarrable, pues comenzaron a colgarme levantando el palo por los extremos. Las piernas y los brazos los sentía como desgarrados; sentí que acomodaban el palo como en una estructura firme y mi cuerpo se balanceaba. Me dejaron colgada. Por un momento sentí que ponían electrodos en los senos, en la vagina, en los pies, en las sienes. Todo esto me provocaba convulsiones y tanto dolor que perdí el conocimiento. (Para mayor abundamiento, acompaño croquis de esta tortura. Así podrá apreciar U. S. Iltma. el ensañamiento con que se actuó en mí contra.)
»Mis torturadores se preocuparon por mi desmayo, pues cuando volví o recuperé el conocimiento estaba tendida en el suelo y me daban fricciones en el cuerpo. Una persona que decía ser doctor me preguntaba cómo me sentía. Le dije que la cabeza, al parecer, se reventaría por el dolor, ya que cuando estaba colgada me quedaba hacia abajo. Mentí para lograr que disminuyera la tortura. Le dije a esta persona que cuando era niña había tenido una serie de traumatismos; también le dije que tenía temor de ser violada; que actualmente tenía una infección en las vías urinarias. Entre los torturadores se incriminaban mutuamente, ya que producto de estas torturas me habían quedado huellas en el cuerpo, las que tendrían que desaparecer. A partir del viernes 21 de marzo sólo fui objeto de presiones psicológicas, siempre destinadas a que reconociera participación en hechos y actividades de las que no tengo conocimiento alguno, de que relatara actividades de vecinos o amigos,»
Más adelante expone en el mismo escrito:
«Hago presente que durante mi detención siempre estuve con los ojos vendados, casi siempre desnuda. Se me decía que tenían a mi hijo de siete años detenido y que me había visto desnuda y colgada; que le cortarían los dedos si no hablaba», etc.
Se adjunta croquis de las torturas aplicadas y el informe de lesiones expedido por el Instituto Médico Legal.
Denuncia de torturas aplicadas en un recinto secreto de la CNI presentada ante la Tercera Fiscalía Militar. J. M. B. M., detenido en el mes de julio de 1980 (extracto):
«Fue entonces, aproximadamente a las 19,30 horas, cuando me llevaron a otra pieza, amenazándome con introducirme un palo por el ano, colgarme y otro tipo de represalias. Para llegar a la otra pieza debo haber caminado unos 30 ó 40 metros por un pasillo, al final del cual bajé un escalón, caminé unos cuatro o cinco pasos, subí nuevamente dos escalones y bajé uno. En la habitación había por lo menos seis personas más, todos guardias de la CNI.
»En este cuarto me hicieron desnudarme por entero y me amarraron en un catre que supongo era metálico y estaba sin colchoneta o con una de gimnasia delgadita, por lo que sentía los muelles. Fui amarrado, seguramente con cuerdas muy firmes, por los tobillos, muslos, pecho y antebrazos. Sentía que entre las amarras me metían cables o alambres eléctricos. Entonces principiaron a aplicarme electricidad en el pene y ano, introduciendo cables por los orificios de los mismos. Esto me provocaba fuertes contorsiones: saltaba y gritaba como loco. También MC pusieron electricidad en el pecho y tuve la sensación de que por debajo de la venda me introdujeron dos cables en los ojos para lo cual me obligaron a quitarme las lentes de contacto. Al levantarme la venda para hacerlo, pude ver a uno de los torturadores, que me dijo: «Mírame, no más; porque hay varios que ya me conocen.» Este era de pelo rubio, ojos azules, bigote de tipo mejicano, más bien gordo, de pelo liso abundante, peinado hacia un lado; vestía una parca oscura cuyo color no recuerdo.
»El procedimiento -que no sé cuánto duró, pues por el fuerte dolor que sentía perdí la noción del tiempo- era el siguiente: me aplicaban corriente un rato y luego paraban y me hacían descansar.
»En una ocasión me tuvieron aproximadamente media hora descansando, amarrado a la cama que ellos denominan «parrilla». Después de ese descanso nuevamente me aplicaron electricidad, y en el estómago. Sentí fuertes dolores y creo haber perdido la consciencia. Durante este interrogatorio sentí que también se encontraba en la habitación …, quien era interrogada y golpeada. Sentí dos bofetones. Todo ello ocurrió obviamente antes de perder el conocimiento.
» Posteriormente, en un estado de semiinconsciencia, oí que decían que si lo declarado por mí no era cierto me iban a matar. Me desataron y vistieron ellos, pues no controlaba mí propio cuerpo; sentía que se me doblaban las piernas y me caía. En esos momentos no pensaba en nada; casi no podía articular sonidos. A la rastra me llevaron a otro cuarto, donde me sentaron en una silla, esposándome una mano al respaldo del asiento. Me pusieron un lápiz de pasta en la mano derecha y me exigieron que escribiera todo lo que había declarado, para lo que me levantaron la venda. Comencé a escribir, y sólo recuerdo haber puesto: «Me llamo J. M. B. M. sobreviniéndome un ataque como de asfixia;, no podía respirar y sentía una sed enorme. Escuchaba apenas cómo los aprehensores corrían desesperadamente de un lado para otro diciendo cosas como «le dio un ataque», «hay que llevarlo a un doctor».
»Sentí que me quitaban las esposas y era arrastrado a otra habitación. Allí me desnudaron nuevamente y oí cómo un supuesto médico -no me consta que lo fuera- increpaba a mis torturadores diciendo que yo no había llegado en ese estado. Me hizo orinar, lo que me costó mucho. Al fin pude hacerlo en medio de atroces dolores. Por lo que pude escuchar parece que oriné sangre. A continuación se me colocó en el brazo derecho una inyección y fui arrastrado esposado a otra pieza, donde me tiraron sobre una colchoneta que estaba en el suelo, y me taparon con una manta. Escuchaba voces lejanas y débiles, que podían ser de ocupantes de esa u otras habitaciones.
»Transcurrido un tiempo que no puedo precisar, me despertaron para conducirme a otra dependencia. Después de examinarme el estómago y las costillas, que me dolían fuertemente, los médicos -aceptemos que lo fueran- dijeron: «Hay que llevárselo a la clínica.» Me encontraba sobre una camilla. Me trasladaron a otra, portátil, y de allí, siempre con los ojos tapados, a un vehículo; supongo que era una ambulancia. No sabía el día ni la hora.
»Después de un trayecto, que calculo en una hora, por un camino pavimentado y al final de tierra, llegamos a un recinto en el cual fui bajado y llevado a una pieza en que había varios guardias. Comentaban jocosamente: «A este huevón hay que matarlo.» En pie se me tomaron cuatro radiografías de frente y de costado.
»A continuación fui acostado en un sillón largo mientras los jefes resolvían qué hacían conmigo». Un rato después salieron, produciéndose una discusión entre ellos, porque el doctor insistía en que fuera llevado a un hospital donde podía ser mantenido en aislamiento completo. Mi interrogador se negaba rotundamente, sin dar razones para ello. Fue entonces cuando el médico me preguntó sí había sido operado anteriormente del estómago. Estos médicos eran distintos de los del recinto primitivo. Es obvio que este recinto era una completa clínica clandestina.
»Finalmente, decidieron dejarme allí y me colocaron en una camilla que estaba en una habitación. Debo haber estado unos dos o tres días allí. Fui interrogado dos veces por alrededor de seis horas cada vez, y ahora bajo la seguridad del médico de que no sería torturado nuevamente porque estaba bajo su protección, lo que realmente aconteció, ya que no hubo violencia física.
»Las preguntas centrales fueron sobre mi posible participación en acciones armadas, la que negué, pues nunca ha ocurrido, Preguntaron por toda mi trayectoria política, amigos, por mí permanencia en el extranjero, relación con el MIR en el exterior, cómo había vuelto a Chile, lugar orgánico de mi trabajo político en Chile.
»Al día siguiente de estos dos interrogatorios fui llevado nuevamente en camilla y en la supuesta ambulancia al lugar primitivo, de lo que estoy seguro, pues había el mismo baño que ocupaban para hacer orinar a los prisioneros. Me dejaron descansar, al parecer un día entero, luego del cual volvieron a interrogarme sin violencia física. Las preguntas se dirigían a mi posible participación en secciones armadas y trabajo universitario del MIR. Me dijeron que les había dado dos puntos de contacto falsos que no les habían servido; por ello dijeron que me matarían. Escuché que decían que me trasladarían en un auto con escolta, que me harían cavar un hoyo y que me fusilarían, todo ello matizado con insinuaciones de que yo sabía que ellos habían matado a … y a … y que yo correría igual suerte.
»El viaje, que lo hice con los ojos tapados, duró aproximadamente una hora o quizá un poco más. Una persona les abrió una especie de portón, al final de un camino de tierra. Me bajaron y me pusieron grilletes en los pies, me pasaron una picota y una pala; a ciegas me hicieron caminar un trecho. Me sacaron la venda, colocándose todos detrás mío, alumbrando con linternas, pues era de noche. Me obligaron a bajar una pequeña ladera. Sentía graznidos de pájaros. No estoy seguro si eran gaviotas; el campo estaba muy embarrado. Me ofrecieron decir algo antes de que me mataran; contesté que no tenía nada más que decir. Entonces con la picota y la pala hube de cavar una fosa de unos cincuenta centímetros de profundidad, un metro de ancho y dos de largo aproximadamente. El terreno que picaba no era duro; era como pantanoso y estaba reblandecido por la lluvia. Al concluir la faena me hicieron tenderme de lado en la fosa; sentí que alguien metía una bala en un fusil y me lo ponía en la sien. Otro comentó: «Corre el fusil para atrás mejor, porque si no le van a saltar los sesos.» Antes de introducirme en el hoyo me habían quitado los grilletes de los tobillos diciendo que me iban a amarrar con alambre para que se supiera que «me había matado la DINA».
»Luego de un rato me sacaron de la fosa, me pusieron esposas, grilletes y venda, y a empujones me llevaron hasta el auto en el que fui devuelto a la misma casa.»
– Siete estudiantes de Agronomía de la Universidad de Chile, detenidos la noche del 28 de abríl en un operativo en el que participaron un centenar de efectivos de carabineros, CNI e investigaciones en el sector del Campus Antumapu (Comuna de La Granja).
M. L. P. Detenida en su domicilio junto a su hijo, de tres meses de edad, Instantes después los mismos agentes detuvieron frente a la Escuela de Agronomía a R. F. Ambos fueron conducidos con el coche a una comisaría judicial, y posteriormente al Cuartel Central de Investigaciones, donde permanecieron hasta el día siguiente hasta las 21,00 horas, momento en que fueron trasladados hasta un recinto secreto de la CNI, presumiblemente el inmueble ubicado en la avenida Santa María con López.
El bebé, que se encontraba en el período de lactancia, le fue arrebatado a la madre y entregado posteriormente a la abuela paterna.
Fueron detenidos además cinco jóvenes, tres hombres y dos mujeres, una de ellas embarazada de tres meses. Luego de ser desnudados en la calle, fueron conducidos a la 13.a Comisaría de Carabineros, lugar donde fueron golpeados brutalmente con pies, puños y culatas de armas en distintas partes del cuerpo.
Posteriormente las dos mujeres del grupo fueron llevadas a la 12.a Comisaría. El resto permaneció en la misma unidad policial, vendados y esposados durante toda la noche. Al día siguiente se les condujo a la Comisaría José María Caro. Alrededor de las 22,00 horas, agentes de la CN1 los trasladaron a éstos y a las mujeres a un recinto secreto. De tal manera, que los siete estudiantes detenidos se reencontraron. Durante los interrogatorios eran amenazados con que iban a ser «pasados por la máquina» y con hacerlos «desaparecer» diciéndoles que ellos sabían las reglas del juego.
Finalmente, fueron dejados en libertad en medio de amenazas. A uno de los jóvenes, al que los maltratos le provocaron la rotura de una costilla, volvieron a detenerlo días después, permaneciendo un día entero en un recinto secreto de la CNI.
En denuncia interpuesta ante la 1.11 Fiscalía Militar contra funcionarios de la CNI por el delito de violencia innecesaria, I. A. D. I., en extracto, relata:
«… Al llegar a dicho cuartel, se me hizo descender del vehículo y fui llevada de inmediato a una pieza. Allí se me vendó, sin sacarme el scotch, con un trozo de género grueso. Inmediatamente fui desnudada por mis aprehensores, entre golpes manoseos y groserías…
»… Me amarraron de manos y pies y me acostaron con las extremidades extendidas y abiertas sobre lo que parecía ser un catre de hierro. Las preguntas eran acompañadas de golpes de corriente que recibía a través del catre en que me hallaba…
»… Otra vez soy desnudada, entre golpes y manoseos, y nuevamente me amarran al catre o parrilla. Ahora la aplicación de corriente es por zonas del cuerpo, en el busto, en la espalda a la altura de los pulmones, en el abdomen. Mientras me descargaban la corriente, era quemada en un hombro con cigarrillos. En esta oportunidad el dolor era más intenso y localizado. Las torturas duran largo tiempo, hasta que caigo en la inconsciencia. Despierto no sé cuánto tiempo después, tendida en la colchoneta. Estoy desnuda y con una manta que sólo me cubre los pies.
»Después de ello me llevan, me desnudan y me acuestan amarrada a la parrilla. Me aplican corriente, ahora en los brazos, rodillas, cuello y mamas. Me vuelven a hacer preguntas entre insultos, Las torturas me hacen perder el conocimiento y vuelvo a despertar desnuda sobre la colchoneta. Al verme despierta, otra vez me amarran sobre la parrilla (…). Alguien se me acerca y me dice que estoy mal y que voy a morir. Luego llega un grupo de individuos gritando y ordenan recomenzar con la aplicación de corriente.
»En esta oportunidad se me aplica electricidad en ambas manos, especialmente en la derecha, primero en los costados de ellas, y luego en los pezones. Siguen con corriente en el abdomen y en el ombligo, luego en la parte externa de los genitales, en la ingle, mientras me queman con cigarrillos en la zona pública. Me conectan electricidad conjuntamente en el brazo derecho y en el clítoris, labios mayores y menores. Finalmente, me aplican corriente de forma simultánea en la vagina y ano. Al llegar este momento el dolor es tan intenso que pierdo el conocimiento. Al volver en mí me doy cuenta de que se me está haciendo respiración boca a boca, mientras me aprietan el estómago. Escucho que alguien dice:
«Paren, que se va a ir.»
»De pronto me doy cuenta de que … entra en el lugar y que se le hacen una serie de preguntas. Se lo llevan y continúan con la aplicación de corriente en los mismos lugares del cuerpo. Cada golpe de electricidad a estas alturas me provoca un desmayo y cada vez se me hace volver en mí mediante respiración boca a boca. junto con la electricidad que se me aplica, soy amenazada de ser violada por mis captores y de ser entregada a un perro.
»Por último fui desatada, nuevamente vestida y llevada a otra oficina, donde fui mostrada a otro detenido. En este lugar fui interrogada, esta vez con golpes en la mandíbula y con ambas manos a la vez en los oídos.
»Terminado este interrogatorio, me llevan a otra pieza, amplia y de color amarillo, según pude ver, donde me dejaron tendida sobre una colchoneta.
»A partir de este momento ya no pude volver a caminar y a cada interrogatorio me llevaban a rastras.
»Más adelante nuevamente me llevaron a la parrilla, donde, junto a golpes y amenazas de violación, me aplicaron electricidad, localizada en brazos, manos, ingles y genitales. Después de esto fui nuevamente metida en un calabozo, ahora sola. De allí fui sacada dos veces para ser fotografiada… »